21 abril 2007

América Latina se izquierdiza I/II

I
Es cierto que hoy no hay necesidad de separar a izquierda(s) y de­recha(s) por clases sociales, pues quienes ostentan el control so­cial (un concepto sociológico) aliados al poder, se encargan de ir difumi­nando primero para suprimir en el discurso público después, la idea de clase en el sentido estratificado: de arriba a abajo. Ya, todos so­mos iguales, es el credo de cada día. Pero eso es pura teoría y ab­soluta­mente falso. Porque la distinción clara entre los puñados de opu­lentos con su bienestar blindado -los patricios independientes y li­bres gracias al di­nero- por un lado, y los precaristas -siervos moder­nos- que viven a expensas de la voluntad de aquéllos de quienes dependen, por otro, es una distinción que no sólo no ha perdido vi­gencia sino que va co­brando cada vez más virulencia.

Lo que separa decisivamente a los individuos en este asunto y en la actualidad, radica sólo en que unos nos guiamos por los valores humanistas, que son eternos, y otros se enpocilgan sin idea alguna pero con comportamientos regresivos, primitivos, contrahechos, men­tirosos y de un egoismo extremo. Son absolutamente antisocia­les. De ahí su inusitado empeño es privatizarlo todo, porque eso fa­cilita mu­cho mejor el reparto de la tarta social entre pocos. Esta es la clasifica­ción por antonomasia para el siglo XXI. Y es correspon­diente a la otra que distingue entre opulentos y dependientes. No hay más...

Pero aún quedan reservas, grandes espacios, islas de cordura que emergen de un día para otro. Hoy día la sede de la máxima sensa­tez se encuentra en América Latina. Allá empieza la senda verda­dera de la justicia social, y sobre todo la limpia y buena voluntad de sus nue­vos gobernantes. La convención del izquierdismo en lo ma­terial, cuya correlación con la honradez y con el firme propósito de la igualdad abandonada y pisoteada entre los atlantistas, entronca con la teología de la liberación en materia socio-espiritual. En aquellas latitudes es donde crece, donde mejor se comprende y más se ex­pansiona dicha teología. Allí es donde cobran pleno sentido el men­saje evangélico y el propósito serio de los dirigentes de que eso no sea papel mojado y se haga realidad. Y es, porque el sentido de la justicia evangélica rectamente entendida enlaza perfectamente con la teología política rectamente interpretada.

América Latina se izquierdiza, pues, a pasos agigantados, casi casi por la gracia de Dios. Ahora le toca a Ecuador. Hace poco vol­vió a enderezarse Nicaragua. Si, como al parecer hoy día hay que hablar de la llegada o despertar de las "clases medias revoluciona­rias", en ninguna otra parte como allá es donde mejor se materializa la revolu­ción incruenta de las clases medias latinoamericanas y sus poblacio­nes indígenas. Y es que es en aquellos países donde las razones más contundentes justifican la patada a los modelos cap­ciosos y si­niestros del descompuesto modelo occidental, para pasar a solucio­nes que extirpe de raíz la injusticia crónica que reina en el modelo abominable demoliberal.

El modelo demoliberal de Occidente, que Estados Unidos astilla aunque la camarilla gansteril que ordena y manda sobre el país fe­de­ral aparenta empeñarse en insuflarlo a bombazos en países in­compa­tibles con él, se viene pres­tando desde hace mucho a una denigrante prostitución. Y no me refiero a la prostitución vilipendiada y villana­mente perse­guida, ésa que se ejerce en el arrabal o el ca­llejón, sino a la prostitución repulsiva de lujo asociada a la presunta y repugnante honorabilidad. Más aún, entiendo que cada ordena­miento político-jurí­dico-social en los países organizados bajo la de­mocracia liberal, es un prostíbulo de baja estofa manejado por proxenetas de toda laya in­cluidos los religiosos.

En esos modelos hay demasiados expertos en eco­nomía, en reli­gión, en política y en sociedad que simulan dedicarse sañudamente a la censura so­cial, para corregir injusti­cias y desigualdades, para su­primir privilegios, y para aliviar tanto de lo odioso en la sociedad cíni­camente llamada libre. Un tra­bajo de fontanería que nunca ter­mina, porque el "éxito" de dicho modelo consiste precisamente en la dife­rencia de tensión sostenida en­tre lo que sucede bajo las cloacas del sistema y lo que por arriba se dice que hay que sanear. El se­creto está en la simulación, en dejar grietas, fu­gas, boquetes por donde in­justicia, desigual­dad y privilegios se apoderen de la socie­dad. Hay muchos, tanto en los medios, como en los ar­zobispados, en los parti­dos, en las institucio­nes y hasta en las ONGs que sólo vi­ven para ese disimulo, para esa treta que consiste en fingir que se hacen esfuerzos dirigidos a elimi­nar injusticia, des­gualdad y pri­vile­gios cuando lo que están haciendo es apuntalarlos. Esto es lo que se proponen los nuevos gobernantes de la América renaciente.

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