26 febrero 2006

Escribir nos transforma

No sólo en el aspecto psicológico, pues desconfío de todo desarrollo parcial en detrimento del inte­gral de la persona si no sabe administrarlo; pero tam­bién...

Escribir habitualmente transforma el ser en todas direccio­nes. Siempre hay un momento para hacerlo. Lo mismo que para leer. Pero escribir cambia aún más. Desde el momento en que una persona escribe algo medianamente meditado, es otra. Es in­creíble hasta qué punto una persona que ver­baliza una cues­tión fuera de las notas ordinarias para andar por casa, desde el momento en que coge el teclado o la pluma y la plasma en el papel o en la pantalla, puede sor­prenderse a sí misma “dis­tinta” en relación a ese mismo tema. Pues aun­que escriba en una dirección ideológica, es decir, de pensa­miento cerrado y “prestado”, se da cuenta también de su ob­cecación al renun­ciar a otros aspectos que atisba aun­que su propósito sea ex­plotarla. No hablo del dictado, de quien acostumbra desde su poltrona a dictar a otro u otra sus men­sajes, instrucciones u ór­de­nes. Hablo de quien escribe reco­gido en su mismidad y ha de meditar una brizna lo que piensa para pasarlo al soporte co­rrespon­diente.

Es indudable que para escribir hay que saber leer. Pero el analfabetismo actual no viene de no saber leer juntando las le­tras, sino de limitarse a pasar la vista por encima de lo es­crito, de quedarse con los titulares de un periódico y todo lo más con la en­tradilla. No ya, como la llamaba Ortega y Gas­set, de no practicar la “lectura vertical”, es decir, la lec­tura "pensante" en los asuntos que lo requiere, sino de pre­ferir el panfleto a la hoja parroquial, la hoja parroquial al fo­lleto, el fo­lleto al pe­rió­dico... el periódico al libro, el libro a la acción de escri­bir per­sonalmente lo que uno piensa.

A menudo se renuncia a escribir de antemano sin po­nerse a prueba, como si escribir fuera algo propio de "exper­tos"...

Escribir supone una tensión mental, una búsqueda de re­fe­rentes, una necesidad de cerrar en nuestro cerebro las grie­tas al argumento elástico pero lo más absoluto posible. Pero tam­bién, el asumir las consecuencias de nuestra op­ción, de nues­tro relativismo, subjetivismo, solipsismo, según los casos y la materia que abordemos. Porque quien gusta del debate o la discusión, hará planteamientos estrictamente "especializa­dos" para discutirlos con otros tan especializa­dos como él. Pero quien rehúye la polémica, no porque crea que está en pose­sión de la verdad sino porque tras la difi­cultad de encon­trar al­guna medianamente estable, una vez descubierta la hace suya y es "su" verdad, escribirá mucho más con el pro­pósito de re­conciliarse consigo mismo antes que buscar con­vencer a los demás. Incluso antes que sinto­nizar con los de­más. Aquí, en ello y aproximadamente, agotará su propósito, su idea. Pero para escribir, como para hablar, no se precisa ser un “enten­dido” en escritura, si lo que deseamos es ex­pansionarnos y no asombrar. Porque a esto preferentemente me refiero...

Escribir alivia, conforma el pensamiento, lo talla, lo nutre. Y está al alcance de todos. Incluso es un recurso sin igual co­ntra las enfermedades de­generativas del cerebro y aun de la circu­lación sanguínea. Lo de me­nos al escribir es hacerlo bien, con elegancia, con persua­sión, con efectos colaterales o secunda­rios de compartir la idea con otros. Lo que importa es que "obliga" al pensamiento. Por eso no es prioritario hacerlo "bien". Estamos tan hartos de tantos que escriben dominando el lenguaje escrito para decir sandeces, incon­gruen­cias, desa­tinos, exabruptos, barbaridades, que valora­mos mucho más lo es­crito toscamente, aunque no lo com­partamos, pero pen­sado con mimo, que los ríos de tinta al servicio de la mente­catez y a menudo de la parciali­dad des­carada a favor de causas inno­bles y exactamente monstruo­sas. Y no sólo es­toy pensando en el periodismo. Ni siquiera en el ensayismo mediático. Estoy pensando en tanto necio ilustrado que es­cribe contra natura, contra la sensibili­dad elemental, contra el humanismo clásico y hasta contra la humanidad escudado en un hipotético éxito no­ve­lero o pseu­dointectual.

Lo dicho. Aquél o aquélla que todavía no ha pasado de la lectura a la escritura, si se decide a escribir, comprobará por sí mismo o por sí misma que empieza a ser casi, casi, otra per­sona.

APÉNDICE:

Por ejemplo, escribir sobre lo que hace el PP o lo que di­ce su media docena de cabezas visibles nos degrada. Como nos empequeñece empeñarnos en razonar a un necio. Es­cri­bir so­bre lo que hacen los demás partidos es ya empezar a razo­nar...

Pero lo que más importa escribir, a los efectos que quiero destacar aquí, es escribir sobre temas comunes y que ma­ne­jamos con desparpajo, sin habernos puesto a pensar ni un instante qué significa eso que decimos y constantemente ma­noseamos.

Aquí es donde yo quería ir a parar. Porque hay numerosas palabras en todos los ámbitos: sea el político (el que más), sea el humanista, el filosófico, el religioso, etc. que parecen signifi­carlo “todo” y no significan apenas nada. Aquí es donde con­viene revisar conceptos. Y escribiendo es como mejor se con­sigue descubrir que tras ellos casi siempre hay muy poco, por no decir vacío, y que sin embargo al socaire de ellos se acaba a menudo destruyendo, invadiendo, ma­tando, deses­tabli­zando, odiando... No sólo en los países que todos esta­mos pensando, sino también en los rimbom­bantes países vertebra­dos en rimbombantes democracias...

Si se pensase un poco más, y si todos nos ayudásemos un poco más de la concentración mínima que exige el escri­bir, el mundo cambiaría. Esa sería la más eficaz revolución. Tén­gase por seguro.

18 febrero 2006

Elogio del tercer sexo

Haciendo uso de la libertad de opinión que tantos hoy día reclaman, me voy a meter en este jardín pese a que unos y unas dirán que no precisa el tercer sexo de mis alabanzas y otros que no las merecen. Este asunto sólo se puede tratar de dos maneras: con rigor científico entendiéndose por tal el biológico, psicológico y antropológico, o con toda naturali­dad. Puesto que éstos no son sitios para tratarlo de otro modo que no sea con naturalidad, a ello voy.

Antes de opinar sobre esta materia he de decir que me considero tan hombre como el que más. Por testosteronea, por educación y por cultura. Los rasgos varoniles, como los femeninos también se cultivan, se desarrollan y se acen­túan. Como la musculatura. Por más empeño que ponga­mos en considerarnos todos personas como la seña identifi­cativa común, y sin dejar de serlo, hay rasgos comunes in­diferenciados y otros diferenciados e inevitables que confi­guran a los sexos, como diferenciados son los que distin­guen a cada individuo de otro: la huella digital, por ejemplo. Es cierto que el sexo del ser humano no está principal­mente, ni mucho menos, en los genitales ni en su capacidad amatoria por expresarlo en términos tradicionales. Pero no dejamos de ser, por mucho que lo obviemos, animales so­ciales. De que somos por encima de todo más animales que racionales hay pruebas diarias y demoledoras. Lo somos, querámoslo o no, amatorios o no. Aunque el único, el ser humano, que ríe y bebe sin sed.

Por mucha elevación o indiscriminación que "cultivemos" el sexo para que el "otro" sexo se equipare en derechos y en protagonismo intersocial con el nuestro, no dejará por eso de tener uno los pechos más prominentes y vagina, y el otro, pene y vello en mayor abundancia fuera del cráneo; uno una fisiología y el otro otra; uno capacidad de engen­drar y alumbrar vida y el otro tener que contentarse con fa­bricar arte, o lo que sea, o con nada. Por cierto, que la posi­bilidad de dar vida ha sido o sigue siendo la aptitud más excelsa de uno de los sexos. Si bien, tal como van las cosas del mundo y del planeta, lo mejor sería dejar ipso facto de engendrar aunque sólo fuera para que nues­tros hijos y los hijos de nuestros hijos más, no su­fran gra­tuita­mente las consecuencias de nuestros excesos, pues no po­drán, pronto, meterse en ningún lugar del mundo donde la Naturaleza no haya sido violada y no ten­gan ya qué comer. El denostado "ma­chismo" a menudo se con­funde con la enfatización de cuali­dades masculinas y feme­ninas tradicio­nales, en ese afán que cunde hoy día en hacer tabla rasa con todo lo relacio­nado con ambos sexos. Pero, insisto, por más empeño que se ponga en ello nunca deja­rán de existir dos. Mejor dicho, tres sexos. Dejemos la androginia a un lado o aso­ciémosla al tercero. Da igual.

El caso es que mi tarjeta de presentación a estos efectos tiene que ver con esto: soy simplemente un hombre.

Dicho lo anterior, mi propósito hoy es, aunque para nada lo precise y quizá eche sobre mí la maldición de muchos y de muchas, destacar que el tercer sexo es, en mi conside­ración, el ideal. Equidistante del uno y del otro, conocedor por ciencia infusa de los registros del uno y del otro, el homosexual tiene considerables ventajas psicológicas y mo­rales, además inéditas para el resto de los mortales, sobre el heterosexual.

Si ha salido del armario hace bien, porque se libera psico­lógicamente quizá de lo que fue una carga para él o para ella. Pero si no ha salido y sigue sin publicar su sexualidad, hace bien también, pues la sexualidad de cada cual es, como tantas otras cosas, cosa de cada cual y de la privaci­dad de cada cual. Como lo son los sentimientos.

En castellano (conozo poco nuestras demás lenguas ver­ná­culas y el euskera) hay en esta materia muchos matices en la forma de "graduar" la "dignidad" presunta del ser humano. Quizá por influencia decisiva de la cul­tura/anticultura reli­giosa. Se asocia la dignidad y la calidad humana en cada uno de ellos a actitudes que aquella cul­tura potenciaba. El hom­bre/macho, sincero, franco, valiente, directo: las virtudes cas­trenses por antonomasia. La mu­jer/hembra, hacendosa, re­catada, amante, diplomática... Todo lo cual no ha hecho posi­ble que desaparezcan del mundo, del hispano prioritaria­mente, los maricones y las putas. (Sigue leyendo antes de sublevarte) Muchísimos más, que van por cierto multiplicán­dose en un ostensible in crescendo, que hombres y mujeres a secas. Lo que ocurre es que el maricón se halla tanto entre el homosexual como entre los "varones", y la puta, tanto entre el homosexual como entre las "féminas". Es más, hay hoy yo di­ría que infi­nitamente más maricones entre los hombres hete­rosexuales que pasan por serlo, que entre homosexuales, declarados o no. E infinitamente más putas entre las mujeres hetero­sexuales que pasan también por serlo, que prostitutas. Pues la prostituta ejerce una profesión, por cierto la más anti­gua que se conoce, mientras que la puta trata de pasar por res­petable mezclada con tantas que no lo son.

Son maricones y putas a mi juicio a punto de perderlo: hombres y mujeres que se casan adquiriendo derechos de propiedad, por cualquier causa menos por amor; hombres y mujeres que trafican con su conciencia y se someten a los dictados de una secta o de una religión o al capricho de quien les paga; hombres y mujeres que ponen precio por someter su voluntad a un "jefe"; dirigentes, hombres de em­presa, políti­cos... que venden a su país a otro país que lo sojuzga... son putas y maricones que les vemos todos los días entre noso­tros sacando pecho o enseñando el culo haciéndonos creer encima que tienen honor. Más honor y más rectitud que no­sotros, hom­bres, mujeres y homo­sexuales sencillos y sin pretensiones, que profesamos pro­fundo respeto a los de­más y a todas las opciones en cual­quier sentido que hayan elegido los demás... sin vendernos.

08 febrero 2006

El fraude de la libertad

El principio de la democracia de mercado es un sarcasmo: sólo tiene libertad quien puede pagarla. Y los que la tienen porque la han comprado se asocian entre ellos para ejer­cerla y administrarla, por las buenas o por las malas. De ellos emana el verdadero poder... Ahí em­pieza todo lo ne­fasto de cada de­mocracia llamada con toda prosopopeya “liberal”.

Y lo nefasto a escala global hoy día, no puede ser otra cosa que la escalada bélica que hay detrás de una determi­nación encaminada al expolio total. Como en tierras occi­den­tales se está ago­tando el petróleo, el Poder mundial alojado en el Pen­tágono, en la Casa Blanca y en Down Street hace tiempo que deci­dió tomar por la fuerza los paí­ses donde to­davía queda. Para nada hay, por tanto, un “choque de civili­za­cio­nes”. Hay un encontronazo provocado por el atracador que quiere pasar de ejercer la hegemonía en la zona durante más de un siglo, a la dominación directa. Por lo tanto, hablemos con propie­dad. La confrontación no es la del Is­lam co­ntra Oc­cidente, ni siquiera del Is­lam contra la Cris­tiandad. Es, Occi­dente camu­flado en Cris­tiandad, co­ntra Oriente y la religión islá­mica...

Dicho esto, quería redundar en lo que el otro día decía al hablar de la in­utilidad de razonar. Y lo decía sobre todo por­que el razonar, por muy primo­rosamente que se haga, no hace más que acrecentar el barullo sin produ­cir efecto bal­sámico aprecia­ble al­guno al menos inmediato; salvo para uno mismo.

Y no lo es, porque hoy los desli­ces en política y en el pe­rio­dismo son atosigantes. No son, ni esporádicos ni co­yun­turales. Hoy no se da abasto saliendo al paso del des­pro­pó­si­to. Hoy, la excepción está en la normalidad. Las per­so­nas juicio­sas y sus vidas co­rrientes, los profesio­nales de todo tipo, sen­satos, que siguen cá­nones de com­porta­miento que han sido razonables y comunes hasta ahora, no goza­rán del aprecio general ni de la valoración social. Ser del montón no da cré­dito ni vende. Hay que ser extra­va­gante, conducirse y pensar de ma­nera estram­bótica pero no origi­nal, y prefe­ren­te­mente ofensivos contra co­ntra alguien: para so­bre­salir, para vender ejemplares y hasta para trabajar honra­da­mente. So­bre todo hay que rezumar agresivi­dad. En España lo dicta la fi­losofía, la doble moral y la psi­cología de uno de los dos “partidos políticos” mayoritarios; por lo tanto la filo­sofía y la psicología de una importante ma­yo­ría.

Ser agresivo es una cuali­dad que está muy por encima de la inteli­gencia a secas o se con­funde con ella. En todo su­cede lo mismo. El disparate, no la ecuanimi­dad, se vende como fruta del tiempo. El gusto por la excentricidad, aunque cada vez se extiende más entre la población o precisamente por eso, es mil veces más coti­zado por los medios y por las empresas que el de la per­sona clásica "ejemplar". Este no intere­sa a nadie. Pero esa clase de li­bertades hay que reco­nocer que son ab­solutamente irrelevantes.

El lema periodístico tan conocido de que la noticia no es que un perro muerda a una persona sino que una persona muerda a un perro, ha caído en desuso. Hoy la noticia está en que el perro muerda a una per­sona, pues lo que se ve a to­das horas por la calle, los despachos y los estrados es a personas mor­diendo a pe­rros...


Lo que decía al principio, la libertad es una trampa. No me extraña que Lenin se preguntase “libertad ¿para qué?” Lo que no comprendo es por qué no se preguntó también ¿para quién? Esa li­ber­tad que, manejada de manera inmise­ricorde por unos cuantos, ha cambiado el clima sobre el planeta y está acabando con la forma de vida tal como la conocemos. Sólo los que tienen dinero y alguna clase de poder la po­seen. Los de­más so­mos comparsería pura. Es­pectadores televisi­vos que sólo pueden aspirar a poner mensajes a destajo para en­gordar las arcas de los que ya no saben qué hacer con el di­nero. Pero atrévase vd. a res­ponder sin su­misiones que no vienen a cuento a un guardia de Marbella, de Ro­quetas, de la Bar­celo­neta o del Brooklyn neoyor­quino... Lo más probable es que acabe como Gal­deano o ese inglés muerto ayer a palos poli­ciacos en Marbe­lla.

07 febrero 2006

La inutilidad de razonar

Los que nos dedica­mos a escribir por afición, pero sobre todo para poner en orden las personales ideas, no podemos encontrar placer en razonar cada día frente a la mentecatez. Hartarse de razón no com­place: cons­terna. La contestación sólo po­demos dirigirla a planteamientos prácticamente ele­mentales, rudimentarios. Tener que responder que es justo que “los pa­peles de Salamanca vuel­van a sus dueños”; que “un país no se des­membra” porque roce soluciones federa­les; que el inventado te­rrorismo islámico está justificando toda clase de atrocida­des, de invasiones y expolios, por ejemplo, es tre­menda­mente extenuante además de inútil.

Razonar constantemente frente a la indignidad, la desme­sura, la men­tira, la contra­dicción, la incoherencia, la incon­gruencia y la perversidad del Poder político, el me­diático y el financiero ni tiene mé­rito ni aplaca. Es simple­mente un ejerci­cio terapéutico para no desmayar de indig­nación. Tra­tar de razonar con quien ni quiere, ni sabe, ni necesita razo­nar porque tiene detrás un arsenal, una policía y un aparato que sin decir palabra refrendan sus “razones” prácticas, es en realidad un despilfarro del entendimiento.

Hoy no hay que ser Sócrates para tener razón. Todo es demasiado plano, dema­siado tosco, demasiado lamido. No puede hacerse otra cosa que redundar una y otra vez sobre lo mismo. Y como ordinaria­mente el objeto sobre el que ha de recaer la pura crítica rara vez no es burdo, obsceno, cu­tre y prima­rio, ni siquiera podemos contar con el estímulo de que el argumentar nos en­riquezca moralmente. No cabe otra cosa que repetir en cír­culo los mismos razo­namientos cada día con las mismas palabras y varian­tes pero con los mis­mos conceptos. Todo nos obliga a dirigir nues­tra aten­ción sobre lo mismo: la “voluntad de poder” nietzs­cheana que aflora con indecencia y cada vez con ma­yor vi­rulencia entre neoli­berales, extrema derecha española y eu­ropea; es decir, neofas­cismo.

Hablando de libertad de expresión, no me interesa una li­bertad de expresión abocada indefectiblemente a la redun­dancia. No me complace tener libertad de pensa­miento para aleccionar o contestar a necios, encarándome con retorci­dos para razo­nar en círculo sin esperanzas de poder pasar a cotas más nobles del raciocinio. Ni en las cuestio­nes so­cia­les, ni en las políticas, ni en las religiosas ni en las huma­nistas hay ya nada de lo que echar mano para cons­truir una “nueva” crea­tividad. Ni siquiera abrigo la esperanza en nue­vas lu­ces... Y mucho menos puedo esperar ya gran­deza de mi­ras. Reina la mezquindad en todo en la medida que se apo­dera de la sociedad occidental la avidez y el an­sia.

¿Qué podemos hacer hoy en el orden práctico? ¿votar? ¿qué esperamos de esta sociedad? ¿qué objetivos nos marcaremos que no sean los de denunciar inútilmente ma­nipulaciones, engaños y tergiversaciones? Todo puesto en circula­ción con el máximo ci­nismo, el propósito de hacer ruido y levantar cortinas de humo para maquillar expolios, robos, trampas y dominio?

Ha habido épocas clásicas, ajustadas a normas, y su inte­rés quizá se centraba en trasgredirlas, y épocas anómicas, informalis­tas, en las que el empeño en reconducirlas o re­ducirlas a unos patrones definidos justificarían ingentes es­fuerzos. Pero hoy faltan referentes, perdurabilidad, afectos y respeto a algo ennoblecido e inmaterial. El Derecho Interna­cional es un guiñapo en manos del Poder mundial. Todo es tan fugaz, tan prosaico, tan di­solvente y tan aniquilador, que da la im­presión de que ya no hay posibili­dades de retorno.

Todo, incluído el trágico cambio del clima mundial, parece indicar que la única salida habrá de ser la guerra total que reduzca a mínimos a la Humanidad.



06 febrero 2006

Una Cultura extenuada

Cuando un yacimiento de lo que sea se agota, se aban­dona. Cuando al occidental "libre" se le agota el ingenio re­curre a la lubricidad, luego a la coprofagia, luego a lo esca­tológico y por fin, derrengado, a la risión de lo sagrado. Es ley. Esto es –si no hubo premeditación- lo que les ha suce­dido a esos periodistas gráfi­cos daneses. Estaban secos. Sabiendo lo que se nos venía en­cima, descreídos e impo­tentes han acabado como el profa­nador de tumbas que re­busca las joyas hasta en los cadá­veres escudado en el permiso que le concede su propio nihilismo. Llaman laicismo al despojo del alma de toda pru­dencia y toda virtud, y liber­tad de expresión a la ne­cesidad de vomitar. ¿El emético en esta cuestión?, lo sacro de una cultura ya herida por las mentiras incontables de canallas capaces de todo para apropiarse del petróleo que aún abunda en los países del ámbito de esa misma cultura. Además, ¿es que acaso la li­bertad de expresión que se alega para justificar la sátira profanadora no tiene límites cuando los Tribunales de todos los países occidentales y especialmente españoles, están asfixiados de querellas por el allanamiento de la dignidad ajena?

Un poco más de decencia en los medios, que son los que crean opinión, hacen guerras y firman la paz; que son los Sumos Hacedores de prácticamente todo lo que sucede y de lo que no sucede en los países donde son dueños y se­ñores de la realidad y de la inteligencia, ¡por Dios!

“Choque de ignorancias”... un titular de hoy, lo define bien. Pero añadamos que si ignorancia es desconocer otra u otras culturas, más ignorancia hay en despreciarlas. Hay todo un síntoma en el siguiente detalle: mientras entre cris­tianos, aparte el cura profesional, el depositario de la fe es la mujer y el hombre por definición no es hoy, tiempos laicos donde los haya, practicante, entre musulmanes es al revés. Es el hombre mayoritaria y visiblemente el practicante del islam. Digno de estudio este fortísimo contraste de culturas religiosas...

De acuerdo en que sólo amamos lo que conocemos y te­memos a lo desconocido, y más cuando nos han lavado el cerebro e imbuído la perversidad de esa otra cultura que desconocemos y consideramos inveteradamente enemiga. Pero no amar ni comprender otra cultura, a menos que seamos todavía más ignorantes, no significa que debamos perseguirla y destruirla. Y se la ataca de muy diversas ma­neras. Eso, tratar de destruirla, es consecuencia de la glo­balización que se dedica a denigrar y a anular la diversidad. De hecho lo está consiguiendo. La diversidad natural está desapareciendo en la Naturaleza a pasos agigantados por efectos de esa presión que incluye la intensificación de los excesos.

El artículo a que me refiero titulado "Choque de ignoran­cias" recuerda que "algunos islamistas han cometido críme­nes culturales, como la destrucción de los grandes Budas en Afganistán por los talibanes". Pero lo que no dice y me­nos resalta -quizá porque no ha habido espectacularidad que es lo que hoy día hace a todo "valable" o "unvalable"- es que por el sentimiento de desprecio y persecución de otras culturas -unas veces mínimas y lejanas, y otras mayo­ritarias y cercanas como la árabomusulmana-, museos como los de Bagdag han sido desmantelados y saqueados ignominiosamente por los cristianos invasores aunque nos hicieran hecho ver que los saqueadores eran los propios iraquíes.

En la Babilonia de Irak, una de las cunas de la civilización occidental, no queda de su patrimonio cultural piedra sobre piedra. Todo lo valioso, y era mucho, ha ido a parar a ma­nos privadas yanquis y británicas. En la pomposa cultura neoliberal del Señor justiciero prima el filibusterismo y sólo importa la rapiña amparada o no por la legalidad...

Pero es que quienes no aman ni admiran ni sienten interés por las culturas ajenas y lejanas, y odian la musulmana por motivos varios que van desde hacerla culpable del terro­rismo según las consignas impartidas por los predadores yanquis hasta ver en ella al mismísimo demonio según otras consignas que durante siglos han formado parte de la peda­gogía religiosa cristiana en España hasta prácticamente ayer, son los mismos que tampoco aman, admiran ni sien­ten interés no ya por otras culturas europeas, nórdicas, es­lavas, amerindias u orientales; sino tan siquiera otras entre nosotros muy cercanas, como la gallega, la cántabra, la vasca o la catalana.

La globalización tiene estas cosas. La cultura árabe no admite iconografía de Mahoma ni de animales. Y la cultura cristiana, a través de tantísimos patanes de que está pla­gada ha apuntado a donde más podía dolerle a la islam contribuyendo como el que no quiere la cosa a tensar más el choque entre la "civilización" occidental cristiana que ha entrado en barrena como cultura, y la musulmana oriental que sigue siendo cultura por mucho que Occidente quiera dividirla para vencer.

El cristianismo, sus interpretaciones pervertidas, sesgadas y prostituídas no tiene remedio. Pero las creencias judaicas desprovistas de trascendencia y las creencias interesadas del Dios del Antiguo Testamento; todo enlazado a las ense­ñanzas de Max Weber asociadas a su vez al calvinismo y al protestantismo, no causan menos estragos.

Total, el homínido monoteísta no tiene remedio y sigue siendo tan ignorante y tan necio como en los tiempos de Moisés y de la caverna.

Prostituirse

El gobierno central veta al catalán regular la prostitu­ción.

Sin embargo, que de la prostitución son mucho más su­ceptibles otros puntos del cuerpo y la dig­nidad humana no se aloja en el sexo, son dos principios que ya va siendo hora de ser com­prendidos como tales...

Si no lo leo, con estupor, no me lo puedo creer: que ahora, cuando nada se libra de la corrosión y trituración del mer­cado descubra­mos que el núcleo de la dignidad humana se sigue poniendo en el sexo; que el gobierno central de una socialdemocracia (di­luída en el social-liberalismo, una de­mocracia de mercado en definitiva) se descuelgue con esta aprensión de ursulinas de los años 60 negando al gobierno catalán su iniciativa de regular la prostitución callejera y de salón; que lo haga frente a otro gobierno tan socialdemó­crata como él, desau­torizando su propósito y con ar­gumen­tos relamidos que no se tienen en pie; que pretenda dar lec­ciones de moral ante­diluviana frente al deseo de ordenar precisamente una prác­tica eterna y que ya han regulado otros países del entorno sociopolí­tico, es para dejar de creer en su programa social. ¡Quién lo hubiera dicho después del valiente paso de regu­lar el ma­trimonio entre homosexuales!

Está claro que el informe del Instituto de la Mujer sobre la prostitución sigue las consignas nacionalcatolicistas, y el gobierno central ha caído en su trampa. El Instituto consi­dera que "la causa del contrato de prestación de servicios sexuales es ilícita al vulnerar el derecho a la dignidad de la persona..." El informe pone la dignidad donde siempre o donde le parece, en el sexo. Le da igual que la verdadera dignidad del individuo está en reconocerle su derecho a po­nerla él libremente donde tenga por conveniente siempre que no afecte su decisión a terceros. Ese tutela no pedida, dispensada por un Instituto de la Mujer compuesto por miembros acomodados que no son prostitutas, hace un flaco servicio a la mujer. La toma por tonta.

El informe sigue poniendo terca y obscenamente la digni­dad en la pudibundez del sexo. Poco le importa que las partes de la identidad de la persona verdaderamente no­bles, la conciencia y la voluntad, estén en cambio por defini­ción del sistema automáticamente sujetas a comercio.

¿Le parece que no es degradante vender la conciencia a una Iglesia, o la voluntad aparejada a la mano de obra a un empresario sólo por el hecho de que el pago y el cobro por los servicios prestados no suelen ser instantá­neos? ¿Es menos prostitución degradante unirse a otra per­sona en matrimonio por cualquier motivo menos por amor? ¿Es me­nos corrupto y degradante ceder el pensamiento po­lítico a los chantajes y presiones del partido a que se perte­nece, como acaba de hacer un político catalán de la dere­cha y hacen tantos por razones oscuras o dia­man­tinas? ¿Es me­nos corrupto un científico silenciando sus dictámenes con­trarios a los intereses del poder financiero? ¿Es menos de­gradante vender el país propio a los intereses de otro país por protagonismo personal del “presidente de la república”, como llamó Jeb Bush, el hermano del emperado­rí­simo, a Aznar a quien prometió cuantiosos "beneficios" por su parti­cipación en el crimen de Irak?

Si esto les parece a algunos hilar muy o demasiado fino es porque sigue anclada la conciencia, la voluntad y el sexo en los sitios que han estado siempre entre la parte de pobla­ción dominante, simiesca, de este país. Es porque la volun­tad y la con­ciencia siguen estando precisamente en los ge­nitales, y el sexo, en el seso y en los nervios.

Que el Instituto de la Mujer despliegue el mismo discurso para preservar la dignidad de la mujer que no necesita o no gusta prostituirse, es consecuencia de un atraso mental y espiritual en una sociedad que sólo avanza, además muy desigualmente, en lo material. En una sociedad que, por otros indicios coronados ahora por esta prueba, re­trocede a pasos agigantados en libertades formales y hasta en liber­tad a secas.

Que no se confundan ni el Instituto de la Mujer ni el go­bierno: lo degradante no es el comercio del coito, sino el sistema sociopolítico mismo en el que sobrenadan ambos, Instituto y gobierno, además tan satisfechos con las enten­dederas y los valores falsos de siempre. El gobierno catalán está a la altura de la historia. Por eso no extraña que el pueblo catalán mayoritariamente desee zafarse de la fuerza centrípeta que ejercen sobre él los gobiernos centrales.