No sólo en el aspecto psicológico, pues desconfío de todo desarrollo parcial en detrimento del integral de la persona si no sabe administrarlo; pero también... Escribir habitualmente transforma el ser en todas direcciones. Siempre hay un momento para hacerlo. Lo mismo que para leer. Pero escribir cambia aún más. Desde el momento en que una persona escribe algo medianamente meditado, es otra. Es increíble hasta qué punto una persona que verbaliza una cuestión fuera de las notas ordinarias para andar por casa, desde el momento en que coge el teclado o la pluma y la plasma en el papel o en la pantalla, puede sorprenderse a sí misma “distinta” en relación a ese mismo tema. Pues aunque escriba en una dirección ideológica, es decir, de pensamiento cerrado y “prestado”, se da cuenta también de su obcecación al renunciar a otros aspectos que atisba aunque su propósito sea explotarla. No hablo del dictado, de quien acostumbra desde su poltrona a dictar a otro u otra sus mensajes, instrucciones u órdenes. Hablo de quien escribe recogido en su mismidad y ha de meditar una brizna lo que piensa para pasarlo al soporte correspondiente. Es indudable que para escribir hay que saber leer. Pero el analfabetismo actual no viene de no saber leer juntando las letras, sino de limitarse a pasar la vista por encima de lo escrito, de quedarse con los titulares de un periódico y todo lo más con la entradilla. No ya, como la llamaba Ortega y Gasset, de no practicar la “lectura vertical”, es decir, la lectura "pensante" en los asuntos que lo requiere, sino de preferir el panfleto a la hoja parroquial, la hoja parroquial al folleto, el folleto al periódico... el periódico al libro, el libro a la acción de escribir personalmente lo que uno piensa. A menudo se renuncia a escribir de antemano sin ponerse a prueba, como si escribir fuera algo propio de "expertos"... Escribir supone una tensión mental, una búsqueda de referentes, una necesidad de cerrar en nuestro cerebro las grietas al argumento elástico pero lo más absoluto posible. Pero también, el asumir las consecuencias de nuestra opción, de nuestro relativismo, subjetivismo, solipsismo, según los casos y la materia que abordemos. Porque quien gusta del debate o la discusión, hará planteamientos estrictamente "especializados" para discutirlos con otros tan especializados como él. Pero quien rehúye la polémica, no porque crea que está en posesión de la verdad sino porque tras la dificultad de encontrar alguna medianamente estable, una vez descubierta la hace suya y es "su" verdad, escribirá mucho más con el propósito de reconciliarse consigo mismo antes que buscar convencer a los demás. Incluso antes que sintonizar con los demás. Aquí, en ello y aproximadamente, agotará su propósito, su idea. Pero para escribir, como para hablar, no se precisa ser un “entendido” en escritura, si lo que deseamos es expansionarnos y no asombrar. Porque a esto preferentemente me refiero... Escribir alivia, conforma el pensamiento, lo talla, lo nutre. Y está al alcance de todos. Incluso es un recurso sin igual contra las enfermedades degenerativas del cerebro y aun de la circulación sanguínea. Lo de menos al escribir es hacerlo bien, con elegancia, con persuasión, con efectos colaterales o secundarios de compartir la idea con otros. Lo que importa es que "obliga" al pensamiento. Por eso no es prioritario hacerlo "bien". Estamos tan hartos de tantos que escriben dominando el lenguaje escrito para decir sandeces, incongruencias, desatinos, exabruptos, barbaridades, que valoramos mucho más lo escrito toscamente, aunque no lo compartamos, pero pensado con mimo, que los ríos de tinta al servicio de la mentecatez y a menudo de la parcialidad descarada a favor de causas innobles y exactamente monstruosas. Y no sólo estoy pensando en el periodismo. Ni siquiera en el ensayismo mediático. Estoy pensando en tanto necio ilustrado que escribe contra natura, contra la sensibilidad elemental, contra el humanismo clásico y hasta contra la humanidad escudado en un hipotético éxito novelero o pseudointectual. Lo dicho. Aquél o aquélla que todavía no ha pasado de la lectura a la escritura, si se decide a escribir, comprobará por sí mismo o por sí misma que empieza a ser casi, casi, otra persona. APÉNDICE: Por ejemplo, escribir sobre lo que hace el PP o lo que dice su media docena de cabezas visibles nos degrada. Como nos empequeñece empeñarnos en razonar a un necio. Escribir sobre lo que hacen los demás partidos es ya empezar a razonar... Pero lo que más importa escribir, a los efectos que quiero destacar aquí, es escribir sobre temas comunes y que manejamos con desparpajo, sin habernos puesto a pensar ni un instante qué significa eso que decimos y constantemente manoseamos. Aquí es donde yo quería ir a parar. Porque hay numerosas palabras en todos los ámbitos: sea el político (el que más), sea el humanista, el filosófico, el religioso, etc. que parecen significarlo “todo” y no significan apenas nada. Aquí es donde conviene revisar conceptos. Y escribiendo es como mejor se consigue descubrir que tras ellos casi siempre hay muy poco, por no decir vacío, y que sin embargo al socaire de ellos se acaba a menudo destruyendo, invadiendo, matando, desestablizando, odiando... No sólo en los países que todos estamos pensando, sino también en los rimbombantes países vertebrados en rimbombantes democracias... Si se pensase un poco más, y si todos nos ayudásemos un poco más de la concentración mínima que exige el escribir, el mundo cambiaría. Esa sería la más eficaz revolución. Téngase por seguro. |
26 febrero 2006
Escribir nos transforma
18 febrero 2006
Elogio del tercer sexo
Haciendo uso de la libertad de opinión que tantos hoy día reclaman, me voy a meter en este jardín pese a que unos y unas dirán que no precisa el tercer sexo de mis alabanzas y otros que no las merecen. Este asunto sólo se puede tratar de dos maneras: con rigor científico entendiéndose por tal el biológico, psicológico y antropológico, o con toda naturalidad. Puesto que éstos no son sitios para tratarlo de otro modo que no sea con naturalidad, a ello voy.
Antes de opinar sobre esta materia he de decir que me considero tan hombre como el que más. Por testosteronea, por educación y por cultura. Los rasgos varoniles, como los femeninos también se cultivan, se desarrollan y se acentúan. Como la musculatura. Por más empeño que pongamos en considerarnos todos personas como la seña identificativa común, y sin dejar de serlo, hay rasgos comunes indiferenciados y otros diferenciados e inevitables que configuran a los sexos, como diferenciados son los que distinguen a cada individuo de otro: la huella digital, por ejemplo. Es cierto que el sexo del ser humano no está principalmente, ni mucho menos, en los genitales ni en su capacidad amatoria por expresarlo en términos tradicionales. Pero no dejamos de ser, por mucho que lo obviemos, animales sociales. De que somos por encima de todo más animales que racionales hay pruebas diarias y demoledoras. Lo somos, querámoslo o no, amatorios o no. Aunque el único, el ser humano, que ríe y bebe sin sed.
Por mucha elevación o indiscriminación que "cultivemos" el sexo para que el "otro" sexo se equipare en derechos y en protagonismo intersocial con el nuestro, no dejará por eso de tener uno los pechos más prominentes y vagina, y el otro, pene y vello en mayor abundancia fuera del cráneo; uno una fisiología y el otro otra; uno capacidad de engendrar y alumbrar vida y el otro tener que contentarse con fabricar arte, o lo que sea, o con nada. Por cierto, que la posibilidad de dar vida ha sido o sigue siendo la aptitud más excelsa de uno de los sexos. Si bien, tal como van las cosas del mundo y del planeta, lo mejor sería dejar ipso facto de engendrar aunque sólo fuera para que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos más, no sufran gratuitamente las consecuencias de nuestros excesos, pues no podrán, pronto, meterse en ningún lugar del mundo donde la Naturaleza no haya sido violada y no tengan ya qué comer. El denostado "machismo" a menudo se confunde con la enfatización de cualidades masculinas y femeninas tradicionales, en ese afán que cunde hoy día en hacer tabla rasa con todo lo relacionado con ambos sexos. Pero, insisto, por más empeño que se ponga en ello nunca dejarán de existir dos. Mejor dicho, tres sexos. Dejemos la androginia a un lado o asociémosla al tercero. Da igual.
El caso es que mi tarjeta de presentación a estos efectos tiene que ver con esto: soy simplemente un hombre.
Dicho lo anterior, mi propósito hoy es, aunque para nada lo precise y quizá eche sobre mí la maldición de muchos y de muchas, destacar que el tercer sexo es, en mi consideración, el ideal. Equidistante del uno y del otro, conocedor por ciencia infusa de los registros del uno y del otro, el homosexual tiene considerables ventajas psicológicas y morales, además inéditas para el resto de los mortales, sobre el heterosexual.
Si ha salido del armario hace bien, porque se libera psicológicamente quizá de lo que fue una carga para él o para ella. Pero si no ha salido y sigue sin publicar su sexualidad, hace bien también, pues la sexualidad de cada cual es, como tantas otras cosas, cosa de cada cual y de la privacidad de cada cual. Como lo son los sentimientos.
En castellano (conozo poco nuestras demás lenguas vernáculas y el euskera) hay en esta materia muchos matices en la forma de "graduar" la "dignidad" presunta del ser humano. Quizá por influencia decisiva de la cultura/anticultura religiosa. Se asocia la dignidad y la calidad humana en cada uno de ellos a actitudes que aquella cultura potenciaba. El hombre/macho, sincero, franco, valiente, directo: las virtudes castrenses por antonomasia. La mujer/hembra, hacendosa, recatada, amante, diplomática... Todo lo cual no ha hecho posible que desaparezcan del mundo, del hispano prioritariamente, los maricones y las putas. (Sigue leyendo antes de sublevarte) Muchísimos más, que van por cierto multiplicándose en un ostensible in crescendo, que hombres y mujeres a secas. Lo que ocurre es que el maricón se halla tanto entre el homosexual como entre los "varones", y la puta, tanto entre el homosexual como entre las "féminas". Es más, hay hoy yo diría que infinitamente más maricones entre los hombres heterosexuales que pasan por serlo, que entre homosexuales, declarados o no. E infinitamente más putas entre las mujeres heterosexuales que pasan también por serlo, que prostitutas. Pues la prostituta ejerce una profesión, por cierto la más antigua que se conoce, mientras que la puta trata de pasar por respetable mezclada con tantas que no lo son.
Antes de opinar sobre esta materia he de decir que me considero tan hombre como el que más. Por testosteronea, por educación y por cultura. Los rasgos varoniles, como los femeninos también se cultivan, se desarrollan y se acentúan. Como la musculatura. Por más empeño que pongamos en considerarnos todos personas como la seña identificativa común, y sin dejar de serlo, hay rasgos comunes indiferenciados y otros diferenciados e inevitables que configuran a los sexos, como diferenciados son los que distinguen a cada individuo de otro: la huella digital, por ejemplo. Es cierto que el sexo del ser humano no está principalmente, ni mucho menos, en los genitales ni en su capacidad amatoria por expresarlo en términos tradicionales. Pero no dejamos de ser, por mucho que lo obviemos, animales sociales. De que somos por encima de todo más animales que racionales hay pruebas diarias y demoledoras. Lo somos, querámoslo o no, amatorios o no. Aunque el único, el ser humano, que ríe y bebe sin sed.
Por mucha elevación o indiscriminación que "cultivemos" el sexo para que el "otro" sexo se equipare en derechos y en protagonismo intersocial con el nuestro, no dejará por eso de tener uno los pechos más prominentes y vagina, y el otro, pene y vello en mayor abundancia fuera del cráneo; uno una fisiología y el otro otra; uno capacidad de engendrar y alumbrar vida y el otro tener que contentarse con fabricar arte, o lo que sea, o con nada. Por cierto, que la posibilidad de dar vida ha sido o sigue siendo la aptitud más excelsa de uno de los sexos. Si bien, tal como van las cosas del mundo y del planeta, lo mejor sería dejar ipso facto de engendrar aunque sólo fuera para que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos más, no sufran gratuitamente las consecuencias de nuestros excesos, pues no podrán, pronto, meterse en ningún lugar del mundo donde la Naturaleza no haya sido violada y no tengan ya qué comer. El denostado "machismo" a menudo se confunde con la enfatización de cualidades masculinas y femeninas tradicionales, en ese afán que cunde hoy día en hacer tabla rasa con todo lo relacionado con ambos sexos. Pero, insisto, por más empeño que se ponga en ello nunca dejarán de existir dos. Mejor dicho, tres sexos. Dejemos la androginia a un lado o asociémosla al tercero. Da igual.
El caso es que mi tarjeta de presentación a estos efectos tiene que ver con esto: soy simplemente un hombre.
Dicho lo anterior, mi propósito hoy es, aunque para nada lo precise y quizá eche sobre mí la maldición de muchos y de muchas, destacar que el tercer sexo es, en mi consideración, el ideal. Equidistante del uno y del otro, conocedor por ciencia infusa de los registros del uno y del otro, el homosexual tiene considerables ventajas psicológicas y morales, además inéditas para el resto de los mortales, sobre el heterosexual.
Si ha salido del armario hace bien, porque se libera psicológicamente quizá de lo que fue una carga para él o para ella. Pero si no ha salido y sigue sin publicar su sexualidad, hace bien también, pues la sexualidad de cada cual es, como tantas otras cosas, cosa de cada cual y de la privacidad de cada cual. Como lo son los sentimientos.
En castellano (conozo poco nuestras demás lenguas vernáculas y el euskera) hay en esta materia muchos matices en la forma de "graduar" la "dignidad" presunta del ser humano. Quizá por influencia decisiva de la cultura/anticultura religiosa. Se asocia la dignidad y la calidad humana en cada uno de ellos a actitudes que aquella cultura potenciaba. El hombre/macho, sincero, franco, valiente, directo: las virtudes castrenses por antonomasia. La mujer/hembra, hacendosa, recatada, amante, diplomática... Todo lo cual no ha hecho posible que desaparezcan del mundo, del hispano prioritariamente, los maricones y las putas. (Sigue leyendo antes de sublevarte) Muchísimos más, que van por cierto multiplicándose en un ostensible in crescendo, que hombres y mujeres a secas. Lo que ocurre es que el maricón se halla tanto entre el homosexual como entre los "varones", y la puta, tanto entre el homosexual como entre las "féminas". Es más, hay hoy yo diría que infinitamente más maricones entre los hombres heterosexuales que pasan por serlo, que entre homosexuales, declarados o no. E infinitamente más putas entre las mujeres heterosexuales que pasan también por serlo, que prostitutas. Pues la prostituta ejerce una profesión, por cierto la más antigua que se conoce, mientras que la puta trata de pasar por respetable mezclada con tantas que no lo son.
Son maricones y putas a mi juicio a punto de perderlo: hombres y mujeres que se casan adquiriendo derechos de propiedad, por cualquier causa menos por amor; hombres y mujeres que trafican con su conciencia y se someten a los dictados de una secta o de una religión o al capricho de quien les paga; hombres y mujeres que ponen precio por someter su voluntad a un "jefe"; dirigentes, hombres de empresa, políticos... que venden a su país a otro país que lo sojuzga... son putas y maricones que les vemos todos los días entre nosotros sacando pecho o enseñando el culo haciéndonos creer encima que tienen honor. Más honor y más rectitud que nosotros, hombres, mujeres y homosexuales sencillos y sin pretensiones, que profesamos profundo respeto a los demás y a todas las opciones en cualquier sentido que hayan elegido los demás... sin vendernos.
08 febrero 2006
El fraude de la libertad
El principio de la democracia de mercado es un sarcasmo: sólo tiene libertad quien puede pagarla. Y los que la tienen porque la han comprado se asocian entre ellos para ejercerla y administrarla, por las buenas o por las malas. De ellos emana el verdadero poder... Ahí empieza todo lo nefasto de cada democracia llamada con toda prosopopeya “liberal”.
Y lo nefasto a escala global hoy día, no puede ser otra cosa que la escalada bélica que hay detrás de una determinación encaminada al expolio total. Como en tierras occidentales se está agotando el petróleo, el Poder mundial alojado en el Pentágono, en la Casa Blanca y en Down Street hace tiempo que decidió tomar por la fuerza los países donde todavía queda. Para nada hay, por tanto, un “choque de civilizaciones”. Hay un encontronazo provocado por el atracador que quiere pasar de ejercer la hegemonía en la zona durante más de un siglo, a la dominación directa. Por lo tanto, hablemos con propiedad. La confrontación no es la del Islam contra Occidente, ni siquiera del Islam contra la Cristiandad. Es, Occidente camuflado en Cristiandad, contra Oriente y la religión islámica...
Dicho esto, quería redundar en lo que el otro día decía al hablar de la inutilidad de razonar. Y lo decía sobre todo porque el razonar, por muy primorosamente que se haga, no hace más que acrecentar el barullo sin producir efecto balsámico apreciable alguno al menos inmediato; salvo para uno mismo.
Y no lo es, porque hoy los deslices en política y en el periodismo son atosigantes. No son, ni esporádicos ni coyunturales. Hoy no se da abasto saliendo al paso del despropósito. Hoy, la excepción está en la normalidad. Las personas juiciosas y sus vidas corrientes, los profesionales de todo tipo, sensatos, que siguen cánones de comportamiento que han sido razonables y comunes hasta ahora, no gozarán del aprecio general ni de la valoración social. Ser del montón no da crédito ni vende. Hay que ser extravagante, conducirse y pensar de manera estrambótica pero no original, y preferentemente ofensivos contra contra alguien: para sobresalir, para vender ejemplares y hasta para trabajar honradamente. Sobre todo hay que rezumar agresividad. En España lo dicta la filosofía, la doble moral y la psicología de uno de los dos “partidos políticos” mayoritarios; por lo tanto la filosofía y la psicología de una importante mayoría.
Ser agresivo es una cualidad que está muy por encima de la inteligencia a secas o se confunde con ella. En todo sucede lo mismo. El disparate, no la ecuanimidad, se vende como fruta del tiempo. El gusto por la excentricidad, aunque cada vez se extiende más entre la población o precisamente por eso, es mil veces más cotizado por los medios y por las empresas que el de la persona clásica "ejemplar". Este no interesa a nadie. Pero esa clase de libertades hay que reconocer que son absolutamente irrelevantes.
El lema periodístico tan conocido de que la noticia no es que un perro muerda a una persona sino que una persona muerda a un perro, ha caído en desuso. Hoy la noticia está en que el perro muerda a una persona, pues lo que se ve a todas horas por la calle, los despachos y los estrados es a personas mordiendo a perros...
Lo que decía al principio, la libertad es una trampa. No me extraña que Lenin se preguntase “libertad ¿para qué?” Lo que no comprendo es por qué no se preguntó también ¿para quién? Esa libertad que, manejada de manera inmisericorde por unos cuantos, ha cambiado el clima sobre el planeta y está acabando con la forma de vida tal como la conocemos. Sólo los que tienen dinero y alguna clase de poder la poseen. Los demás somos comparsería pura. Espectadores televisivos que sólo pueden aspirar a poner mensajes a destajo para engordar las arcas de los que ya no saben qué hacer con el dinero. Pero atrévase vd. a responder sin sumisiones que no vienen a cuento a un guardia de Marbella, de Roquetas, de la Barceloneta o del Brooklyn neoyorquino... Lo más probable es que acabe como Galdeano o ese inglés muerto ayer a palos policiacos en Marbella.
Y lo nefasto a escala global hoy día, no puede ser otra cosa que la escalada bélica que hay detrás de una determinación encaminada al expolio total. Como en tierras occidentales se está agotando el petróleo, el Poder mundial alojado en el Pentágono, en la Casa Blanca y en Down Street hace tiempo que decidió tomar por la fuerza los países donde todavía queda. Para nada hay, por tanto, un “choque de civilizaciones”. Hay un encontronazo provocado por el atracador que quiere pasar de ejercer la hegemonía en la zona durante más de un siglo, a la dominación directa. Por lo tanto, hablemos con propiedad. La confrontación no es la del Islam contra Occidente, ni siquiera del Islam contra la Cristiandad. Es, Occidente camuflado en Cristiandad, contra Oriente y la religión islámica...
Dicho esto, quería redundar en lo que el otro día decía al hablar de la inutilidad de razonar. Y lo decía sobre todo porque el razonar, por muy primorosamente que se haga, no hace más que acrecentar el barullo sin producir efecto balsámico apreciable alguno al menos inmediato; salvo para uno mismo.
Y no lo es, porque hoy los deslices en política y en el periodismo son atosigantes. No son, ni esporádicos ni coyunturales. Hoy no se da abasto saliendo al paso del despropósito. Hoy, la excepción está en la normalidad. Las personas juiciosas y sus vidas corrientes, los profesionales de todo tipo, sensatos, que siguen cánones de comportamiento que han sido razonables y comunes hasta ahora, no gozarán del aprecio general ni de la valoración social. Ser del montón no da crédito ni vende. Hay que ser extravagante, conducirse y pensar de manera estrambótica pero no original, y preferentemente ofensivos contra contra alguien: para sobresalir, para vender ejemplares y hasta para trabajar honradamente. Sobre todo hay que rezumar agresividad. En España lo dicta la filosofía, la doble moral y la psicología de uno de los dos “partidos políticos” mayoritarios; por lo tanto la filosofía y la psicología de una importante mayoría.
Ser agresivo es una cualidad que está muy por encima de la inteligencia a secas o se confunde con ella. En todo sucede lo mismo. El disparate, no la ecuanimidad, se vende como fruta del tiempo. El gusto por la excentricidad, aunque cada vez se extiende más entre la población o precisamente por eso, es mil veces más cotizado por los medios y por las empresas que el de la persona clásica "ejemplar". Este no interesa a nadie. Pero esa clase de libertades hay que reconocer que son absolutamente irrelevantes.
El lema periodístico tan conocido de que la noticia no es que un perro muerda a una persona sino que una persona muerda a un perro, ha caído en desuso. Hoy la noticia está en que el perro muerda a una persona, pues lo que se ve a todas horas por la calle, los despachos y los estrados es a personas mordiendo a perros...
Lo que decía al principio, la libertad es una trampa. No me extraña que Lenin se preguntase “libertad ¿para qué?” Lo que no comprendo es por qué no se preguntó también ¿para quién? Esa libertad que, manejada de manera inmisericorde por unos cuantos, ha cambiado el clima sobre el planeta y está acabando con la forma de vida tal como la conocemos. Sólo los que tienen dinero y alguna clase de poder la poseen. Los demás somos comparsería pura. Espectadores televisivos que sólo pueden aspirar a poner mensajes a destajo para engordar las arcas de los que ya no saben qué hacer con el dinero. Pero atrévase vd. a responder sin sumisiones que no vienen a cuento a un guardia de Marbella, de Roquetas, de la Barceloneta o del Brooklyn neoyorquino... Lo más probable es que acabe como Galdeano o ese inglés muerto ayer a palos policiacos en Marbella.
07 febrero 2006
La inutilidad de razonar
Los que nos dedicamos a escribir por afición, pero sobre todo para poner en orden las personales ideas, no podemos encontrar placer en razonar cada día frente a la mentecatez. Hartarse de razón no complace: consterna. La contestación sólo podemos dirigirla a planteamientos prácticamente elementales, rudimentarios. Tener que responder que es justo que “los papeles de Salamanca vuelvan a sus dueños”; que “un país no se desmembra” porque roce soluciones federales; que el inventado terrorismo islámico está justificando toda clase de atrocidades, de invasiones y expolios, por ejemplo, es tremendamente extenuante además de inútil.
Razonar constantemente frente a la indignidad, la desmesura, la mentira, la contradicción, la incoherencia, la incongruencia y la perversidad del Poder político, el mediático y el financiero ni tiene mérito ni aplaca. Es simplemente un ejercicio terapéutico para no desmayar de indignación. Tratar de razonar con quien ni quiere, ni sabe, ni necesita razonar porque tiene detrás un arsenal, una policía y un aparato que sin decir palabra refrendan sus “razones” prácticas, es en realidad un despilfarro del entendimiento.
Hoy no hay que ser Sócrates para tener razón. Todo es demasiado plano, demasiado tosco, demasiado lamido. No puede hacerse otra cosa que redundar una y otra vez sobre lo mismo. Y como ordinariamente el objeto sobre el que ha de recaer la pura crítica rara vez no es burdo, obsceno, cutre y primario, ni siquiera podemos contar con el estímulo de que el argumentar nos enriquezca moralmente. No cabe otra cosa que repetir en círculo los mismos razonamientos cada día con las mismas palabras y variantes pero con los mismos conceptos. Todo nos obliga a dirigir nuestra atención sobre lo mismo: la “voluntad de poder” nietzscheana que aflora con indecencia y cada vez con mayor virulencia entre neoliberales, extrema derecha española y europea; es decir, neofascismo.
Hablando de libertad de expresión, no me interesa una libertad de expresión abocada indefectiblemente a la redundancia. No me complace tener libertad de pensamiento para aleccionar o contestar a necios, encarándome con retorcidos para razonar en círculo sin esperanzas de poder pasar a cotas más nobles del raciocinio. Ni en las cuestiones sociales, ni en las políticas, ni en las religiosas ni en las humanistas hay ya nada de lo que echar mano para construir una “nueva” creatividad. Ni siquiera abrigo la esperanza en nuevas luces... Y mucho menos puedo esperar ya grandeza de miras. Reina la mezquindad en todo en la medida que se apodera de la sociedad occidental la avidez y el ansia.
¿Qué podemos hacer hoy en el orden práctico? ¿votar? ¿qué esperamos de esta sociedad? ¿qué objetivos nos marcaremos que no sean los de denunciar inútilmente manipulaciones, engaños y tergiversaciones? Todo puesto en circulación con el máximo cinismo, el propósito de hacer ruido y levantar cortinas de humo para maquillar expolios, robos, trampas y dominio?
Ha habido épocas clásicas, ajustadas a normas, y su interés quizá se centraba en trasgredirlas, y épocas anómicas, informalistas, en las que el empeño en reconducirlas o reducirlas a unos patrones definidos justificarían ingentes esfuerzos. Pero hoy faltan referentes, perdurabilidad, afectos y respeto a algo ennoblecido e inmaterial. El Derecho Internacional es un guiñapo en manos del Poder mundial. Todo es tan fugaz, tan prosaico, tan disolvente y tan aniquilador, que da la impresión de que ya no hay posibilidades de retorno.
Todo, incluído el trágico cambio del clima mundial, parece indicar que la única salida habrá de ser la guerra total que reduzca a mínimos a la Humanidad.
Razonar constantemente frente a la indignidad, la desmesura, la mentira, la contradicción, la incoherencia, la incongruencia y la perversidad del Poder político, el mediático y el financiero ni tiene mérito ni aplaca. Es simplemente un ejercicio terapéutico para no desmayar de indignación. Tratar de razonar con quien ni quiere, ni sabe, ni necesita razonar porque tiene detrás un arsenal, una policía y un aparato que sin decir palabra refrendan sus “razones” prácticas, es en realidad un despilfarro del entendimiento.
Hoy no hay que ser Sócrates para tener razón. Todo es demasiado plano, demasiado tosco, demasiado lamido. No puede hacerse otra cosa que redundar una y otra vez sobre lo mismo. Y como ordinariamente el objeto sobre el que ha de recaer la pura crítica rara vez no es burdo, obsceno, cutre y primario, ni siquiera podemos contar con el estímulo de que el argumentar nos enriquezca moralmente. No cabe otra cosa que repetir en círculo los mismos razonamientos cada día con las mismas palabras y variantes pero con los mismos conceptos. Todo nos obliga a dirigir nuestra atención sobre lo mismo: la “voluntad de poder” nietzscheana que aflora con indecencia y cada vez con mayor virulencia entre neoliberales, extrema derecha española y europea; es decir, neofascismo.
Hablando de libertad de expresión, no me interesa una libertad de expresión abocada indefectiblemente a la redundancia. No me complace tener libertad de pensamiento para aleccionar o contestar a necios, encarándome con retorcidos para razonar en círculo sin esperanzas de poder pasar a cotas más nobles del raciocinio. Ni en las cuestiones sociales, ni en las políticas, ni en las religiosas ni en las humanistas hay ya nada de lo que echar mano para construir una “nueva” creatividad. Ni siquiera abrigo la esperanza en nuevas luces... Y mucho menos puedo esperar ya grandeza de miras. Reina la mezquindad en todo en la medida que se apodera de la sociedad occidental la avidez y el ansia.
¿Qué podemos hacer hoy en el orden práctico? ¿votar? ¿qué esperamos de esta sociedad? ¿qué objetivos nos marcaremos que no sean los de denunciar inútilmente manipulaciones, engaños y tergiversaciones? Todo puesto en circulación con el máximo cinismo, el propósito de hacer ruido y levantar cortinas de humo para maquillar expolios, robos, trampas y dominio?
Ha habido épocas clásicas, ajustadas a normas, y su interés quizá se centraba en trasgredirlas, y épocas anómicas, informalistas, en las que el empeño en reconducirlas o reducirlas a unos patrones definidos justificarían ingentes esfuerzos. Pero hoy faltan referentes, perdurabilidad, afectos y respeto a algo ennoblecido e inmaterial. El Derecho Internacional es un guiñapo en manos del Poder mundial. Todo es tan fugaz, tan prosaico, tan disolvente y tan aniquilador, que da la impresión de que ya no hay posibilidades de retorno.
Todo, incluído el trágico cambio del clima mundial, parece indicar que la única salida habrá de ser la guerra total que reduzca a mínimos a la Humanidad.
06 febrero 2006
Una Cultura extenuada
Cuando un yacimiento de lo que sea se agota, se abandona. Cuando al occidental "libre" se le agota el ingenio recurre a la lubricidad, luego a la coprofagia, luego a lo escatológico y por fin, derrengado, a la risión de lo sagrado. Es ley. Esto es –si no hubo premeditación- lo que les ha sucedido a esos periodistas gráficos daneses. Estaban secos. Sabiendo lo que se nos venía encima, descreídos e impotentes han acabado como el profanador de tumbas que rebusca las joyas hasta en los cadáveres escudado en el permiso que le concede su propio nihilismo. Llaman laicismo al despojo del alma de toda prudencia y toda virtud, y libertad de expresión a la necesidad de vomitar. ¿El emético en esta cuestión?, lo sacro de una cultura ya herida por las mentiras incontables de canallas capaces de todo para apropiarse del petróleo que aún abunda en los países del ámbito de esa misma cultura. Además, ¿es que acaso la libertad de expresión que se alega para justificar la sátira profanadora no tiene límites cuando los Tribunales de todos los países occidentales y especialmente españoles, están asfixiados de querellas por el allanamiento de la dignidad ajena?
Un poco más de decencia en los medios, que son los que crean opinión, hacen guerras y firman la paz; que son los Sumos Hacedores de prácticamente todo lo que sucede y de lo que no sucede en los países donde son dueños y señores de la realidad y de la inteligencia, ¡por Dios!
“Choque de ignorancias”... un titular de hoy, lo define bien. Pero añadamos que si ignorancia es desconocer otra u otras culturas, más ignorancia hay en despreciarlas. Hay todo un síntoma en el siguiente detalle: mientras entre cristianos, aparte el cura profesional, el depositario de la fe es la mujer y el hombre por definición no es hoy, tiempos laicos donde los haya, practicante, entre musulmanes es al revés. Es el hombre mayoritaria y visiblemente el practicante del islam. Digno de estudio este fortísimo contraste de culturas religiosas...
De acuerdo en que sólo amamos lo que conocemos y tememos a lo desconocido, y más cuando nos han lavado el cerebro e imbuído la perversidad de esa otra cultura que desconocemos y consideramos inveteradamente enemiga. Pero no amar ni comprender otra cultura, a menos que seamos todavía más ignorantes, no significa que debamos perseguirla y destruirla. Y se la ataca de muy diversas maneras. Eso, tratar de destruirla, es consecuencia de la globalización que se dedica a denigrar y a anular la diversidad. De hecho lo está consiguiendo. La diversidad natural está desapareciendo en la Naturaleza a pasos agigantados por efectos de esa presión que incluye la intensificación de los excesos.
El artículo a que me refiero titulado "Choque de ignorancias" recuerda que "algunos islamistas han cometido crímenes culturales, como la destrucción de los grandes Budas en Afganistán por los talibanes". Pero lo que no dice y menos resalta -quizá porque no ha habido espectacularidad que es lo que hoy día hace a todo "valable" o "unvalable"- es que por el sentimiento de desprecio y persecución de otras culturas -unas veces mínimas y lejanas, y otras mayoritarias y cercanas como la árabomusulmana-, museos como los de Bagdag han sido desmantelados y saqueados ignominiosamente por los cristianos invasores aunque nos hicieran hecho ver que los saqueadores eran los propios iraquíes.
En la Babilonia de Irak, una de las cunas de la civilización occidental, no queda de su patrimonio cultural piedra sobre piedra. Todo lo valioso, y era mucho, ha ido a parar a manos privadas yanquis y británicas. En la pomposa cultura neoliberal del Señor justiciero prima el filibusterismo y sólo importa la rapiña amparada o no por la legalidad...
Pero es que quienes no aman ni admiran ni sienten interés por las culturas ajenas y lejanas, y odian la musulmana por motivos varios que van desde hacerla culpable del terrorismo según las consignas impartidas por los predadores yanquis hasta ver en ella al mismísimo demonio según otras consignas que durante siglos han formado parte de la pedagogía religiosa cristiana en España hasta prácticamente ayer, son los mismos que tampoco aman, admiran ni sienten interés no ya por otras culturas europeas, nórdicas, eslavas, amerindias u orientales; sino tan siquiera otras entre nosotros muy cercanas, como la gallega, la cántabra, la vasca o la catalana.
La globalización tiene estas cosas. La cultura árabe no admite iconografía de Mahoma ni de animales. Y la cultura cristiana, a través de tantísimos patanes de que está plagada ha apuntado a donde más podía dolerle a la islam contribuyendo como el que no quiere la cosa a tensar más el choque entre la "civilización" occidental cristiana que ha entrado en barrena como cultura, y la musulmana oriental que sigue siendo cultura por mucho que Occidente quiera dividirla para vencer.
El cristianismo, sus interpretaciones pervertidas, sesgadas y prostituídas no tiene remedio. Pero las creencias judaicas desprovistas de trascendencia y las creencias interesadas del Dios del Antiguo Testamento; todo enlazado a las enseñanzas de Max Weber asociadas a su vez al calvinismo y al protestantismo, no causan menos estragos.
Total, el homínido monoteísta no tiene remedio y sigue siendo tan ignorante y tan necio como en los tiempos de Moisés y de la caverna.
Un poco más de decencia en los medios, que son los que crean opinión, hacen guerras y firman la paz; que son los Sumos Hacedores de prácticamente todo lo que sucede y de lo que no sucede en los países donde son dueños y señores de la realidad y de la inteligencia, ¡por Dios!
“Choque de ignorancias”... un titular de hoy, lo define bien. Pero añadamos que si ignorancia es desconocer otra u otras culturas, más ignorancia hay en despreciarlas. Hay todo un síntoma en el siguiente detalle: mientras entre cristianos, aparte el cura profesional, el depositario de la fe es la mujer y el hombre por definición no es hoy, tiempos laicos donde los haya, practicante, entre musulmanes es al revés. Es el hombre mayoritaria y visiblemente el practicante del islam. Digno de estudio este fortísimo contraste de culturas religiosas...
De acuerdo en que sólo amamos lo que conocemos y tememos a lo desconocido, y más cuando nos han lavado el cerebro e imbuído la perversidad de esa otra cultura que desconocemos y consideramos inveteradamente enemiga. Pero no amar ni comprender otra cultura, a menos que seamos todavía más ignorantes, no significa que debamos perseguirla y destruirla. Y se la ataca de muy diversas maneras. Eso, tratar de destruirla, es consecuencia de la globalización que se dedica a denigrar y a anular la diversidad. De hecho lo está consiguiendo. La diversidad natural está desapareciendo en la Naturaleza a pasos agigantados por efectos de esa presión que incluye la intensificación de los excesos.
El artículo a que me refiero titulado "Choque de ignorancias" recuerda que "algunos islamistas han cometido crímenes culturales, como la destrucción de los grandes Budas en Afganistán por los talibanes". Pero lo que no dice y menos resalta -quizá porque no ha habido espectacularidad que es lo que hoy día hace a todo "valable" o "unvalable"- es que por el sentimiento de desprecio y persecución de otras culturas -unas veces mínimas y lejanas, y otras mayoritarias y cercanas como la árabomusulmana-, museos como los de Bagdag han sido desmantelados y saqueados ignominiosamente por los cristianos invasores aunque nos hicieran hecho ver que los saqueadores eran los propios iraquíes.
En la Babilonia de Irak, una de las cunas de la civilización occidental, no queda de su patrimonio cultural piedra sobre piedra. Todo lo valioso, y era mucho, ha ido a parar a manos privadas yanquis y británicas. En la pomposa cultura neoliberal del Señor justiciero prima el filibusterismo y sólo importa la rapiña amparada o no por la legalidad...
Pero es que quienes no aman ni admiran ni sienten interés por las culturas ajenas y lejanas, y odian la musulmana por motivos varios que van desde hacerla culpable del terrorismo según las consignas impartidas por los predadores yanquis hasta ver en ella al mismísimo demonio según otras consignas que durante siglos han formado parte de la pedagogía religiosa cristiana en España hasta prácticamente ayer, son los mismos que tampoco aman, admiran ni sienten interés no ya por otras culturas europeas, nórdicas, eslavas, amerindias u orientales; sino tan siquiera otras entre nosotros muy cercanas, como la gallega, la cántabra, la vasca o la catalana.
La globalización tiene estas cosas. La cultura árabe no admite iconografía de Mahoma ni de animales. Y la cultura cristiana, a través de tantísimos patanes de que está plagada ha apuntado a donde más podía dolerle a la islam contribuyendo como el que no quiere la cosa a tensar más el choque entre la "civilización" occidental cristiana que ha entrado en barrena como cultura, y la musulmana oriental que sigue siendo cultura por mucho que Occidente quiera dividirla para vencer.
El cristianismo, sus interpretaciones pervertidas, sesgadas y prostituídas no tiene remedio. Pero las creencias judaicas desprovistas de trascendencia y las creencias interesadas del Dios del Antiguo Testamento; todo enlazado a las enseñanzas de Max Weber asociadas a su vez al calvinismo y al protestantismo, no causan menos estragos.
Total, el homínido monoteísta no tiene remedio y sigue siendo tan ignorante y tan necio como en los tiempos de Moisés y de la caverna.
Prostituirse
El gobierno central veta al catalán regular la prostitución.
Sin embargo, que de la prostitución son mucho más suceptibles otros puntos del cuerpo y la dignidad humana no se aloja en el sexo, son dos principios que ya va siendo hora de ser comprendidos como tales...
Si no lo leo, con estupor, no me lo puedo creer: que ahora, cuando nada se libra de la corrosión y trituración del mercado descubramos que el núcleo de la dignidad humana se sigue poniendo en el sexo; que el gobierno central de una socialdemocracia (diluída en el social-liberalismo, una democracia de mercado en definitiva) se descuelgue con esta aprensión de ursulinas de los años 60 negando al gobierno catalán su iniciativa de regular la prostitución callejera y de salón; que lo haga frente a otro gobierno tan socialdemócrata como él, desautorizando su propósito y con argumentos relamidos que no se tienen en pie; que pretenda dar lecciones de moral antediluviana frente al deseo de ordenar precisamente una práctica eterna y que ya han regulado otros países del entorno sociopolítico, es para dejar de creer en su programa social. ¡Quién lo hubiera dicho después del valiente paso de regular el matrimonio entre homosexuales!
Está claro que el informe del Instituto de la Mujer sobre la prostitución sigue las consignas nacionalcatolicistas, y el gobierno central ha caído en su trampa. El Instituto considera que "la causa del contrato de prestación de servicios sexuales es ilícita al vulnerar el derecho a la dignidad de la persona..." El informe pone la dignidad donde siempre o donde le parece, en el sexo. Le da igual que la verdadera dignidad del individuo está en reconocerle su derecho a ponerla él libremente donde tenga por conveniente siempre que no afecte su decisión a terceros. Ese tutela no pedida, dispensada por un Instituto de la Mujer compuesto por miembros acomodados que no son prostitutas, hace un flaco servicio a la mujer. La toma por tonta.
El informe sigue poniendo terca y obscenamente la dignidad en la pudibundez del sexo. Poco le importa que las partes de la identidad de la persona verdaderamente nobles, la conciencia y la voluntad, estén en cambio por definición del sistema automáticamente sujetas a comercio.
¿Le parece que no es degradante vender la conciencia a una Iglesia, o la voluntad aparejada a la mano de obra a un empresario sólo por el hecho de que el pago y el cobro por los servicios prestados no suelen ser instantáneos? ¿Es menos prostitución degradante unirse a otra persona en matrimonio por cualquier motivo menos por amor? ¿Es menos corrupto y degradante ceder el pensamiento político a los chantajes y presiones del partido a que se pertenece, como acaba de hacer un político catalán de la derecha y hacen tantos por razones oscuras o diamantinas? ¿Es menos corrupto un científico silenciando sus dictámenes contrarios a los intereses del poder financiero? ¿Es menos degradante vender el país propio a los intereses de otro país por protagonismo personal del “presidente de la república”, como llamó Jeb Bush, el hermano del emperadorísimo, a Aznar a quien prometió cuantiosos "beneficios" por su participación en el crimen de Irak?
Si esto les parece a algunos hilar muy o demasiado fino es porque sigue anclada la conciencia, la voluntad y el sexo en los sitios que han estado siempre entre la parte de población dominante, simiesca, de este país. Es porque la voluntad y la conciencia siguen estando precisamente en los genitales, y el sexo, en el seso y en los nervios.
Que el Instituto de la Mujer despliegue el mismo discurso para preservar la dignidad de la mujer que no necesita o no gusta prostituirse, es consecuencia de un atraso mental y espiritual en una sociedad que sólo avanza, además muy desigualmente, en lo material. En una sociedad que, por otros indicios coronados ahora por esta prueba, retrocede a pasos agigantados en libertades formales y hasta en libertad a secas.
Que no se confundan ni el Instituto de la Mujer ni el gobierno: lo degradante no es el comercio del coito, sino el sistema sociopolítico mismo en el que sobrenadan ambos, Instituto y gobierno, además tan satisfechos con las entendederas y los valores falsos de siempre. El gobierno catalán está a la altura de la historia. Por eso no extraña que el pueblo catalán mayoritariamente desee zafarse de la fuerza centrípeta que ejercen sobre él los gobiernos centrales.
Sin embargo, que de la prostitución son mucho más suceptibles otros puntos del cuerpo y la dignidad humana no se aloja en el sexo, son dos principios que ya va siendo hora de ser comprendidos como tales...
Si no lo leo, con estupor, no me lo puedo creer: que ahora, cuando nada se libra de la corrosión y trituración del mercado descubramos que el núcleo de la dignidad humana se sigue poniendo en el sexo; que el gobierno central de una socialdemocracia (diluída en el social-liberalismo, una democracia de mercado en definitiva) se descuelgue con esta aprensión de ursulinas de los años 60 negando al gobierno catalán su iniciativa de regular la prostitución callejera y de salón; que lo haga frente a otro gobierno tan socialdemócrata como él, desautorizando su propósito y con argumentos relamidos que no se tienen en pie; que pretenda dar lecciones de moral antediluviana frente al deseo de ordenar precisamente una práctica eterna y que ya han regulado otros países del entorno sociopolítico, es para dejar de creer en su programa social. ¡Quién lo hubiera dicho después del valiente paso de regular el matrimonio entre homosexuales!
Está claro que el informe del Instituto de la Mujer sobre la prostitución sigue las consignas nacionalcatolicistas, y el gobierno central ha caído en su trampa. El Instituto considera que "la causa del contrato de prestación de servicios sexuales es ilícita al vulnerar el derecho a la dignidad de la persona..." El informe pone la dignidad donde siempre o donde le parece, en el sexo. Le da igual que la verdadera dignidad del individuo está en reconocerle su derecho a ponerla él libremente donde tenga por conveniente siempre que no afecte su decisión a terceros. Ese tutela no pedida, dispensada por un Instituto de la Mujer compuesto por miembros acomodados que no son prostitutas, hace un flaco servicio a la mujer. La toma por tonta.
El informe sigue poniendo terca y obscenamente la dignidad en la pudibundez del sexo. Poco le importa que las partes de la identidad de la persona verdaderamente nobles, la conciencia y la voluntad, estén en cambio por definición del sistema automáticamente sujetas a comercio.
¿Le parece que no es degradante vender la conciencia a una Iglesia, o la voluntad aparejada a la mano de obra a un empresario sólo por el hecho de que el pago y el cobro por los servicios prestados no suelen ser instantáneos? ¿Es menos prostitución degradante unirse a otra persona en matrimonio por cualquier motivo menos por amor? ¿Es menos corrupto y degradante ceder el pensamiento político a los chantajes y presiones del partido a que se pertenece, como acaba de hacer un político catalán de la derecha y hacen tantos por razones oscuras o diamantinas? ¿Es menos corrupto un científico silenciando sus dictámenes contrarios a los intereses del poder financiero? ¿Es menos degradante vender el país propio a los intereses de otro país por protagonismo personal del “presidente de la república”, como llamó Jeb Bush, el hermano del emperadorísimo, a Aznar a quien prometió cuantiosos "beneficios" por su participación en el crimen de Irak?
Si esto les parece a algunos hilar muy o demasiado fino es porque sigue anclada la conciencia, la voluntad y el sexo en los sitios que han estado siempre entre la parte de población dominante, simiesca, de este país. Es porque la voluntad y la conciencia siguen estando precisamente en los genitales, y el sexo, en el seso y en los nervios.
Que el Instituto de la Mujer despliegue el mismo discurso para preservar la dignidad de la mujer que no necesita o no gusta prostituirse, es consecuencia de un atraso mental y espiritual en una sociedad que sólo avanza, además muy desigualmente, en lo material. En una sociedad que, por otros indicios coronados ahora por esta prueba, retrocede a pasos agigantados en libertades formales y hasta en libertad a secas.
Que no se confundan ni el Instituto de la Mujer ni el gobierno: lo degradante no es el comercio del coito, sino el sistema sociopolítico mismo en el que sobrenadan ambos, Instituto y gobierno, además tan satisfechos con las entendederas y los valores falsos de siempre. El gobierno catalán está a la altura de la historia. Por eso no extraña que el pueblo catalán mayoritariamente desee zafarse de la fuerza centrípeta que ejercen sobre él los gobiernos centrales.
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