M. Á. Bastenier hace hoy en El País un repaso a la Historia desde el siglo XVII, sobre la abominable depredación -aunque él no lo diga así- de la raza blanca dominante, para más señas hispana y anglosajona. Por estas fechas, por ejemplo, se cumplirán 200 años de la abolición de la trata de esclavos por Gran Bretaña. Pero ni Bolívar –añade- se atrevió a abolir en cambio la esclavitud (lo que le sitúa moralmente incluso por debajo de la generosidad de los Hacedores blancos de gran parte de la Historia euroamericana). Se felicita Bastenier de las diversas formas de expiación de las vejaciones históricas: esclavitud, genocidios, Holocausto... Incluso nos da la noticia de que "el Estado de Virginia, centro político de la rebelión esclavista en la Guerra de Secesión americana, acaba de aprobar por voto unánime el primer acto de contricción formal por la esclavitud y el trato administrado a los pieles rojas, o nativos americanos, por los colonizadores blancos". Hasta llegar al reconocimiento de que Israel "obtuvo un justo y siempre insuficiente resarcimiento por la barbarie sufrida". La acogida en Europa de brazos excedentes en los países de origen que, en 2006, remitieron desde España 5.000 millones de euros a sus hogares, también la inserta en el espíritu resarcidor, en el gesto compasivo dirigido a la redención que persigue ahora el nuevo hombre blanco del siglo XXI encarnado ¡cómo no! en anglosajones e hispanos...
Más valdría reconocer, a la luz de la ética universal e imperecedera que iguala el rango humano de todos los seres que pueblan la Tierra (algún día -si al futuro le queda Historia- se incluirán en la misma bolsa de sensibilidad, a los animales) los errores, injusticias, barbaridades y depredaciones pretéritas. Bien está, aunque no sean propiamente "errores", pues las generaciones están atrapadas en su momento, en su época, en su óptica, y no pueden, fatalizadas, zafarse de su modo de ver y hacer las cosas, encadenadas a ello como Prometeo lo estaba a sus cadenas. Lo que sí cabe en cambio es corregir lo reconocido como errores para no volver a caer en ellos. Pero tampoco a través de la argucia transformándolos en otras apariencias que los haga irreconocibles. Es decir, sin capciosidades, sin manipulaciones ni tretas nuevas para justificar las horrendas depredaciones de nuevo cuño.
Por ejemplo, reconocer que no es el deseo de resarcir a las víctimas del esclavismo sino conveniencia flagrante de la economía liberal; esto es, reconocer que acoger a brazos foráneos pues de otro modo las sociedades opulentas poco a poco envejecerían de tal modo que se produciría su extinción y antes crisis económicas insuperables, sería lo honesto. Por ejemplo, que "el siempre insuficiente resarcimiento por la barbarie sufrida" que supuso el regalo a Israel de un territorio en 1947 no deja de ser una forma nueva de colonización a la fuerza de las potencias ganadoras y contra la voluntad del mundo árabe, mientras que otras muchas razas semiextinguidas por holocaustos semiignorados no han disfrutado en cambio... sería lo honesto. Así es cómo podríamos tomar como sinceros a estos actos de contricción, y no como modalidades de hipocresía a espuertas para arrimar -nunca deja de hacerlo- el hombre blanco anglosajón e hispano, el ascua a su sardina como dice el dicho popular.
Porque si al lado de tan sensitivos gestos como el del Estado de Virginia, el anglosajón británico y estadounidense ahora prosiguen la depredación por las vías retrógradas y atroces que conocemos; si ahora lo que hace es invadir y saquear pueblos del sudoeste asiático con el plan inminente de dar el golpe de gracia en Irán para consternación del mundo entero, de poco o nada servirán tantos golpes de pecho por las depredaciones del pasado. Antes con los negros, pieles rojas y aborígenes americanos de todas las latitudes... y ahora, sobre las etnias arias y árabes asiáticas. Antes donde estaban las especias, luego donde estaba la tierra fértil y el oro... y ahora donde está el petróleo. Todo una nueva maniobra de esos "hombres blancos" a los que nunca se les agotan las tretas para dominar a cualquier precio tasado en hipocresía, a todas las razas que en el fondo son siempre las menos belicosas del mundo. Razas, aquéllas de otro tiempo, como ahora éstas que están siendo aplastadas, que lo único que intentan es defenderse tan inútil como débilmente con armas del neolítico al lado de las que emplea el abominable "hombre blanco" incapaz de dejar al mundo en paz. Pues es él el único que siempre hace y escribe la Historia de todos los aciertos y todos los errores. Capaz de hacer cualquier papel y de recurrir a cualquier añagaza para conseguir su propósito: tan proteico es. Antes podía haber sido íncubo, ¿ahora súcubo? ¿qué más da?
Más valdría reconocer, a la luz de la ética universal e imperecedera que iguala el rango humano de todos los seres que pueblan la Tierra (algún día -si al futuro le queda Historia- se incluirán en la misma bolsa de sensibilidad, a los animales) los errores, injusticias, barbaridades y depredaciones pretéritas. Bien está, aunque no sean propiamente "errores", pues las generaciones están atrapadas en su momento, en su época, en su óptica, y no pueden, fatalizadas, zafarse de su modo de ver y hacer las cosas, encadenadas a ello como Prometeo lo estaba a sus cadenas. Lo que sí cabe en cambio es corregir lo reconocido como errores para no volver a caer en ellos. Pero tampoco a través de la argucia transformándolos en otras apariencias que los haga irreconocibles. Es decir, sin capciosidades, sin manipulaciones ni tretas nuevas para justificar las horrendas depredaciones de nuevo cuño.
Por ejemplo, reconocer que no es el deseo de resarcir a las víctimas del esclavismo sino conveniencia flagrante de la economía liberal; esto es, reconocer que acoger a brazos foráneos pues de otro modo las sociedades opulentas poco a poco envejecerían de tal modo que se produciría su extinción y antes crisis económicas insuperables, sería lo honesto. Por ejemplo, que "el siempre insuficiente resarcimiento por la barbarie sufrida" que supuso el regalo a Israel de un territorio en 1947 no deja de ser una forma nueva de colonización a la fuerza de las potencias ganadoras y contra la voluntad del mundo árabe, mientras que otras muchas razas semiextinguidas por holocaustos semiignorados no han disfrutado en cambio... sería lo honesto. Así es cómo podríamos tomar como sinceros a estos actos de contricción, y no como modalidades de hipocresía a espuertas para arrimar -nunca deja de hacerlo- el hombre blanco anglosajón e hispano, el ascua a su sardina como dice el dicho popular.
Porque si al lado de tan sensitivos gestos como el del Estado de Virginia, el anglosajón británico y estadounidense ahora prosiguen la depredación por las vías retrógradas y atroces que conocemos; si ahora lo que hace es invadir y saquear pueblos del sudoeste asiático con el plan inminente de dar el golpe de gracia en Irán para consternación del mundo entero, de poco o nada servirán tantos golpes de pecho por las depredaciones del pasado. Antes con los negros, pieles rojas y aborígenes americanos de todas las latitudes... y ahora, sobre las etnias arias y árabes asiáticas. Antes donde estaban las especias, luego donde estaba la tierra fértil y el oro... y ahora donde está el petróleo. Todo una nueva maniobra de esos "hombres blancos" a los que nunca se les agotan las tretas para dominar a cualquier precio tasado en hipocresía, a todas las razas que en el fondo son siempre las menos belicosas del mundo. Razas, aquéllas de otro tiempo, como ahora éstas que están siendo aplastadas, que lo único que intentan es defenderse tan inútil como débilmente con armas del neolítico al lado de las que emplea el abominable "hombre blanco" incapaz de dejar al mundo en paz. Pues es él el único que siempre hace y escribe la Historia de todos los aciertos y todos los errores. Capaz de hacer cualquier papel y de recurrir a cualquier añagaza para conseguir su propósito: tan proteico es. Antes podía haber sido íncubo, ¿ahora súcubo? ¿qué más da?