30 marzo 2007

Rigor analítico

El análisis es un movimiento fundamental del pensa­miento que consiste en partir de un todo para descom­ponerlo luego en sus dife­rentes partes. Se opone a la síntesis.

Rigor analítico referido a cuestiones sociales y políticas es una contradicción en sus propios términos. El análisis sociopolítico es siempre subjetivo y riguroso. Un análisis sobre esos temas no es como un análisis de sangre: tantos hematíes, tantos leucocitos...

Cualquier análisis vale. Otra cosa es que guste o no y esté o no en la línea de pensamiento del lector. Por eso al análisis lógico se le llama también ensayo. Análisis y ensayo son proposiciones, suge­rencias, tonalidades en un modo de ver las cosas partiendo de hechos o datos materiales ciertos, indubitados, inconcusos...

Un país es invadido por otro. ¿Por qué?, es la pregunta que quien va a hacer el análisis se hace. Un presidente o una Cámara nacio­nalizan o privatizan. ¿Por qué? Un individuo muere en una depen­dencia poli­cial, está recluido en Guantánamo u otro parti­dario de la independencia de su territorio está sujeto a un pro­ceso penal. ¿Por qué? Los análisis posibles son tantos como las noticias, y a su vez el valor de cada uno dependerá del grado de verdad co­municada a través de ellos, pero no de los argumentos que con­tenga.

Todos los análisis que se hagan del "todo" de esos hechos son autosuficientes y rigurosos, tanto para quienes los hacen como para quienes están de acuerdo con ellos. ¿Qué rigor y en qué consistirá el desmenuzamiento de las causas, efectos, razones, azar, etc que puedan concurrir en el hecho ana­lizado? El único rigor que cabe pe­dir es que no haya en­gaño analizando algo que se sabe no existió o se tiene constancia de que ha sido deformado. Y enton­ces estamos ante otro problema que nada tiene que ver con el aná­lisis. Y es la fiabilidad o ri­gurosidad que se espera de quienes pro­porcionan la no­ticia del hecho analizado. Eso es lo que precisamos quienes ana­lizamos. Pues nos basamos en los datos fa­cilitados por agencias, las cuales a su vez pue­den faltar a la verdad aunque no lo sepan pues sus datos han sido facilitados por gabinetes de prensa oficia­les, de poli­cía, ministerios, institutos sociológicos, de sondeo, etc. que a su vez han faltado a la verdad. Si un dato es falso y yo cons­truyo sobre él mi análi­sis, mi análisis no será falso ni falto de ri­gor, sino el dato y quien lo suministró.

Por eso quien hace análisis de un todo para desmenu­zarlo, espe­rará a la absoluta confir­mación de que el WTC fue abatido por avio­nes que cho­caron contra él, de que Afganistán es invadido porque a ese país se le atribuye la autoría, que USA invade Irak bajo pretexto, o que Hussein invade Kuwait injustamente, o que hay un proyecto de Constitución Europea que antes de opinar (analizar) hay que leer... Pero ¿quién le pone el cascabel al gato? ¿Quién podrá venir a estos medios, los alternativos, a sacarnos del error si no es con otros da­tos que contradigan el que nos sirve de base? Al final, en la ca­dena de suministradores de noticias, a al­guien habrá que creer para hacer el análisis. De lo contrario, lo me­jor será no hacerlo o hacerlo con las advertencias y reser­vas de­bi­das. Pero el análisis en cualquier caso es siempre co­rrecto si es de buena fe.

El pensamiento de izquierda se caracteriza además porque encie­rra el propósito de ecuanimidad y sensatez. Ecuanimidad y sensatez existen cuando al trasluz de las reflexiones que contiene ese análi­sis, se advierte que está teniendo en cuenta el bien común, es de­cir el bien de la ma­yoría posible y no de minorías. Y se pone de parte siempre del demás débil. Todo lo contrario del pen­sa­miento de derecha: ése según con­signas que sólo atiende al interés de exi­guas minorías; pensamiento pro­piamente dicho ideologizado, in­existente, y que se re­sume a duras penas en dos trazos gruesos. Aquí es donde nunca hay análisis, pues el “todo” a analizar se da por asentado y por el mejor de los posibles... Y, por si fuera poco, para siempre.

23 marzo 2007

El milagro económico español

Esto del "milagro económico español" me suena. Quiero recordar que periódicamente también durante el franquismo, cuando sólo se vivía de la producción de esparto, de la exportación de la naranja y del sol para tu­ristas se sacaba a relucir este mismo eslogan...

Hoy se publican dos gráficos en torno a ese titular, que dan mucho que pensar. Por un lado está el del ascenso de la renta per capita que en 1985 era equivalente al 71% de la Europa de los Quince, en 2004 había ascendido al 90%, y tras las últimas am­pliaciones con países más pobres se situaba por encima de la renta media (100,7%) de la Eu­ropa de los Veinte. Por otro lado, el gráfico de In­fracciones que recoge el número de expedientes abiertos por infrin­gir el derecho co­munitario, en el que Es­paña figura en segundo lu­gar, después de Italia, con 166. Pero resulta que, por ejemplo, en materia de medioambiente, aunque no se publica el gráfico al res­pecto, las infracciones alcanzan el 30%.

Pero, aparte de su oprobioso reparto, ¿qué clase de riqueza pro­duce España en el sector industrial de cual­quier naturaleza o en el de la investigación que marcan ordina­ria­mente los índices de expli­cación más convincente que justifican los cantos de alabanza a la prosperidad? Prácticamente ninguna. ¿Cuál es el foco o la fuente principales de la riqueza, habida cuenta que tampoco el comercio exterior ofrece datos significativos que ex­pliquen el alza progresiva de la renta per capita? Os lo voy a de­cir: la construcción, la con­trucción inaca­bable, por un lado, con las transguesiones de la nor­mativa local y auto­nómica que la acompa­ñan, y las infracciones del de­recho comunitario global, por otro; so­bre todo las de medio am­biente.

Si vd. se impone a sí mismo la obligación de no fumar o no beber du­rante un mes y rompe su compromiso a los dos días, el grado de satis­facción (riqueza) es proporcional al empeño roto en cumplirlo. Por aquí se explica el nuevo milagro español de la prosperidad. Se acuerdan en los ayuntamientos y similares ordenanzas, limitaciones, calificaciones de te­rrenos, prohibición de construir en áreas, en par­ques naturales y en eco­sistemas enteros, y luego, al primer des­cuido político-electoral ¡zas! se saltan a la torera y se obtiene por un lado unos beneficios es­púreos para una caterva de cómplices, y puestos de trabajo sin cuento para centena­res de miles de inmi­grantes. He aquí el milagro económico español, complementado por la privatización que no cesa dejando al margen de la asistencia a numerosas bolsas sociales.

Efectivamente, el rodillo de la transguesión produce una riqueza artifi­cial, pero riqueza al fin y al cabo. Como la ingeniería financiera y el no declarar los beneficios reales las empresas, siempre mucho más aten­tas a burlar la fiscalidad que a realizar la venta de sus pro­ductos. De la in­fracción vienen los beneficios y al final la riqueza de la que se ufana Es­paña. Yo también me enriquecería y fabricaría a muchos ricos si ob­tu­viese una ayuda como la que España viene obteniendo desde su in­cor­poración a la UE, o un crédito blando mil­millonario. No es cuestión, en España, de imaginación el enrique­cerse y el incrementar la renta per ca­pita. El lema es: legíslese a destajo, acéptense sumisamente las re­glas del juego comunitario, y luego transguédase, infrínjase, defráudese y en­cúbrase también a destajo. Así se hará inmensamente rico propi­ciando que la correa de transmisión de la riqueza, asquerosa y des­igualmente repartida, fun­cione.

La cuestión final es que es la Naturaleza en primer lugar quien paga los platos rotos, y luego, ¡a ver cuánto dura esto!. Que la gene­ración espa­ñola y neoliberal de hoy sólo piensa en sí misma porque vive el hoy y el ahora ignorando olímpicamente a la generación de sus hijos y nietos, es una evidencia para la que sólo se requiere un mínimo de sensibilidad. Pa­rece que Al Gore, en su país, que equi­vale ahora al mundo entero, se dedica a propagar la idea. Hijos y nietos que ten­drán probablemente que conformarse con un dedal de agua al día y superar constantemente la tentación de suicidarse o la de hacer la guerra contra quien sea, que es otra de las maneras de quitarse la náusea y el hastío las sociedades sin imaginación de la buena, la creativa. En Es­paña la hay, y mucha, pero ¡pobre de los cultos, de los sensibles y de los crea­tivos! Como la buena educa­ción, hay que esconder la cultura, la sensi­bilidad y la creatividad. Eso, camuflarlas, o emigrar en cuanto se pueda a países donde las tres cosas son tan valoradas o más que la fortuna. Sólo así, in­hibiéndose las inteligencias verdaderas o emigrando, el mi­lagro económico español po­drá continuar. Mientras, las dife­rencias en­tre la construcción de viviendas de mil metros cuadrados para parejas sin hijos y las que no se cons­tru­yen o se pergeñan con 30 para fa­milias numerosas, son más abismales. Pero ufa­némo­nos, adelante con el milagrito económico español, y a dor­mir. Por cierto ¿qué me dicen vds. de la ganancia de los bancos 15.730 millones en 2006, un 27,7% más? De ellos sí, de ellos sí que debemos enorgullecernos. De ellos y de sus limpísimos beneficios...

15 marzo 2007

El aturdimiento

¿Saben vds. cómo deberíamos decidir la configuración de nuestra sociedad por mayorías demoledoras?, ¿cómo modelar nuestro des­tino político, nuestra organización social? Pues en primer lugar des­armando al Estado de todas sus instituciones coercitivas; supri­miendo ejércitos y policías y toda clase de agentes de seguridad. Seguirían cometiéndose delitos, pero infinitamente menos que los que la mera existencia de toda esa gente armada provoca. La so­ciedad no volve­ría por ello a la caverna: ya está madura. Dejando a la población de cada país que expresara en las urnas su voluntad sin presiones, sin coacciones ni amenazas de la fuerza bruta, expre­sas o latentes, lo­graría una franca aproximación al ideal de Estado y de sociedad. Esto, por un lado. Por otro, supri­miendo la publicidad, los aguijonazos de la fala­cia y del sofisma que discurren en riadas por las cabezas calentu­rientas unas veces y anestesiadas otras, que tanto distorsio­nan la realidad a secas susti­tuida por la realidad pre­fabricada.

Sí, ya sé, ya sé que es una utopía. Más aún, que es absurdo. Más aún todavía, una estupidez; como todo lo irrealizable. Pero no acos­tumbro a hablar tanto de las cosas como son, como de lo que debi­eran ser. Y mientras estemos cubiertos por el manto de la tergi­versa­ción, de la presión publicitaria, de la fascinación audiovisual de los mi­crófonos, de las telepantallas, de la asechanza de las policías y de los activistas supercharlatanes que influyen e impactan en nuestra vida cotidiana si les prestamos atención, nadie puede decir sin autoenga­ñarse que en estas sociedades hay libertad y que respi­ramos en li­bertad. La com-presión ejercida a través de la vigilancia se hace sentir de manera mu­cho más acentuada que la de-presión del sentimiento "libre".

No cito a los utopistas, deliberadamente. Ni a Moro, ni a Platón, ni a Hux­ley... Para qué. Hoy se trataría de otra cosa, pues no en balde han llovido trillo­nes de ideas y de experiencias al alcance de todos, mien­tras que aquéllos concebían las cosas desde la dimen­sión de un mundo de esclavos o siervos, inconscientes de que lo eran...

Son cosas, éstas, que todo pensante, todo individuo mínimamente despierto sabe y con esa permanente impresión vive aunque no lo diga y hasta procure olvidarlo. Pero el sistema ha encontrado, sobre todo desde el último tercio del siglo pasado, la fórmula mágica para ejercer el control social de una manera suave, casi atractiva.

La fór­mula está basada en un ingrediente principal: el aturdimiento. Si vd. es abogado, político, comercial, clérigo o médico atonte vd. a su cliente, paciente, votante o feligrés, y tendrá garanti­zado el éxito. Atúrdale a conciencia diciendo cosas absurdas y con­tradicto­rias, pues para eso es vd. un experto que obtuvo uno o va­rios títulos aca­démi­cos por su facilidad para atontar; su cliente, su pa­ciente, su votante o su fe­ligrés no tiene ni puñetera idea de lo que vd. conoce a fondo. Y si eso fallase, si sus amplísimos conocimien­tos no surtieran los efectos per­suasivos presumibles cuente vd., es­pecialista, con el aparato del Es­tado que le sacará del atolladero. Tiene a su dis­posición le­yes, nor­mas de todas clases, legiones de poli­cías, servicios de seguridad, co­misio­nes de deontología, jueces y tribuna­les para convencerse vd aún más de que “el otro”, el sujeto pasivo de su servi­cio, es un cretino, que no está pre­parado en esa materia, que no sabe lo que se pesca y que de­berá aguantar carros y carre­tas para no en­fermar de los nervios. No impor­tará que "el otro" aunque no se sepa de memoria ni un ar­tículo del código civil com­prenda perfec­tamente de qué va la justi­cia. No im­por­tará que conozca su propio organismo y lo que pide al médico sólo es un pa­recer o una receta, no una sentencia, porque de otro modo no puede obtener el medi­camento que precisa. No impor­tará que sepa bien cómo le gusta­ría que se organizase la sociedad, su so­cie­dad aun­que no hubieres estudiado ciencia política. Ni que sepa cuáles son sus demandas espi­rituales, psi­cológi­cas, emocionales. Ellos, abo­gados, po­lí­ticos, médicos y párro­cos dirán siempre a “el otro” qué ha de hacer, qué ha de pensar y hasta qué punto es siempre alguien que sabe bien lo que quiere -como los periodistas nos recuerdan a menudo-, pero ca­rece de opi­nión y de criterio, y es un necio redo­mado...

El aturdimiento siempre fue un arma poderosa en la sociedad divi­dida entre los que lo fabrican y los que lo padecen. Pero jamás tuvie­ron los fabricantes las cajas de re­sonancia de que disponen hoy. El aturdimiento está tan ex­tendido y redoblado, que si la in­mensa mayoría en el mundo vivió an­taño sumida en la ignorancia y en la ne­cedad erasmista, hoy vive centrifugado por él.

13 marzo 2007

Pisos de 5,4 millones

Sabemos muy bien en qué consisten las diferencias entre el mundo oprimido y carente de todo, y el que goza del lujo. Lujo: lo que excede de lo indispensable para una vida digna en sociedades que hace algún tiempo dejaron el Paleolítico... Sabemos bien por qué suceden, se elaboran y se mantienen esas diferencias. Sabe­mos bien que un método de organización social deplorable a estas alturas del logos, del raciocinio, atenaza a la ma­yor parte de la humanidad para que una millonésima parte de ella exista nadando en la abundancia y el despilfarro mientras el resto sobrevive o pe­rece. Sabemos bien todo esto, sabemos lo que ocu­rre y el por qué, pero el trajín diario nos hace olvidar el detalle y el agravio compara­tivo quizá para no estallar cada día de rabia e indignación.

De pronto un anuncio nos sitúa en el plano de la pasmosa realidad; ésa donde chocan brutalmente las nociones de lujo y austeridad, opulencia y pobreza. Me refiero al anuncio de venta de un piso en una calle relativamente secundaria de Madrid, por 5,4 millones de euros. Una noticia que nos saca de la inercia absoluta en la que asumimos la exasperante y exponencial desigualdad que preside a las sociedades de Occidente. Jeanne-Antoinette Poisson, más tarde marquesa de Pompa­dour, fue la principal favorita del rey de Francia, Luis XV. Esquiaba por las amplias avenidas de París sobre tonela­das de azúcar, mien­tras el pueblo casi se moría de hambre. Años después se hizo la Revolución que conmocionó al mundo. Y aún el genio de Cha­teau­briand, aristócrata, en sus Memorias de Ultra­tumba que estoy le­yendo ahora, no se explica bien por qué...

Vivimos tiempos en que la gente no se muere de hambre ni son probables revoluciones sangrientas, por lo menos a corto plazo. Pero sufre enfermedades hepáticas, ansiedades y frustraciones pro­voca­das por la envidia que culminan en depresiones de diversa factura y gravedad, y que a su vez cada día percuten más la idea del suicidio y su consumación. La incitación, la excitación, la provoca­ción de los reclamos publicitarios es abrumadora. Y la “necesidad” de lo super­fluo se une a la necesidad de lo indispensable: un cobijo digno. Pero el hacer inasequible gran número de los maravillosos productos ofertados y empeñarse en adquirir una vivienda para luego en­tram­parse de por vida o perderla a manos del banco que concedió difi­cultosamente la hipoteca, es el marco en que se sitúa la inmensa mayoría de la población de este país in­mundo y de las so­ciedades montadas sobre las falsea­das socialdemocracias. Y se nota. Se nota porque la crispación asociada a esos estados de ánimo frustrantes y ansiosos imprimen carácter al am­biente general. Se nota por la agresividad, unas veces, y la displicencia otras, en franco aumento en el trato social y aun mercantil. Por la abulia, la indolencia, la in­diferencia, el pasotismo, y también por tantas mue­cas que van reemplazando poco a poco a la risa. La risa va des­apa­reciendo transmutada en convulsiones que la imitan...

España es un país infeliz aunque siga fingiendo bullicio y jarana gracias a un sol que empieza a ser abrasador, porque hay dema­siada gente que compra y vende pisos de 5 millones de euros mien­tras el resto se arrastra cada mañana para conseguir mil euros por mes; la mayoría de las veces teniendo que dar a todas horas las gracias a quien además se los abona a regañadientes.

La relación efecto y causa entre las cosas que ocurrían en el siglo XVIII y XIX en Europa y la que existe hoy entre unas clases y otras, es la misma. Hoy no se dan revoluciones no porque no haya moti­vos, sino porque los pueblos están estrechamente vigilados y sobre todo muy debi­litados por tanto cachivache...