24 noviembre 2005

Vivir sin Medicina

El otro día insinuaba la desconfianza que en materia de longevi­dad me inspiran los tiempos actuales. Pero estamos to­dos de acuerdo en que lo importante no es vivir mucho sino vivir bien. Lo de “calidad de vida” lo oímos hasta en la sopa. Y sin embargo luego, cuando se trata de defender un modelo de sociedad o de salud en un país, pocos admiten que las occidentales levan­tadas sobre el progreso sin fin y siempre inacabado, son un foco de infelicidad y de desaso­siego. Son colectividades que sólo propician y po­tencian cúmulos de sensaciones fugaces que no dejan nunca sa­tisfechos. No sólo no dejan satisfechos, es que por el tipo de vida que la tecnología invasora y la avidez de ga­nancias procura, unos viven aturdidos, otros alelados, y otros sobre­cogidos por la depresión, por la ansie­dad, por la soledad, por la indigencia o por las deudas. En suma, vivimos sin vi­vir en nosotros y sin percibirnos de los segundos implaca­bles de que se compone cada minuto. Admito que quizá se trate de eso, de vivir sin consciencia plena en el sentido existencialista hei­deggeriano o sartriano. Pero eso de vivir casi permanente­menten atropellados me parece muy grave, pues la Natu­raleza no va por ahí, a ese compás y con esa ur­gencia. Porque vivir alejados de la Naturaleza es una te­meridad, por mucho que la tecnología médica porfíe en el cuerpo artificial, en el amor artificial, en la vida artificial. No sé si las consecuencias las pagaremos nosotros ya en vida, pero seguro que sí las legamos a través de los genes a nuestra descendencia...

La salud y la preocupación por ella incitada por la propia clase médica y los medios, son una prueba y buena medida de la ligereza existencial al lado estrecho de la vi­vencia su­perficial generalizada que caracterizan a estos tiempos. Se nota en todo. Hasta en los libros y en los artí­culos de los pe­riódicos salvo excepciones. Eso, sin contar que, según los expertos ¡siempre los expertos!, se está pro­duciendo entre los espa­ñoles "una evolución terrorífica de la obesidad" y que la mi­tad de los españoles la padece.

Según los patrones de comportamiento aconsejado en cualquier instancia y circunstancia, tendríamos que pasar­nos la vida en revisiones médicas de toda clase el año en­tero. Eso, los que tienen una sociedad médica o pueden pa­gar cada revisión, porque los que no tienen sociedad mé­dica ni recursos suficientes, enferman sólo por el hecho de darse cuenta de que se les cierra el paso al presuntivo bien que como tal tiene la sociedad "oficial" a la Medicina pre­ventiva.

La cuestión es que si hacemos caso de las consejas y propaganda que sobre nuestra salud nos hacen el urólogo, el ginecólogo, el proctólogo, el car­diólogo, el dermatólogo y todos los espe­cialistas habidos y por haber, nos tendrían todo el año pen­dientes de sus con­jeturas acerca de nues­tras vísceras, de nuestra circulación sanguínea o de nues­tros tejidos. Sí, porque no basta con la revisión inicial en sí. Luego vienen las dudas sobre los re­sultados que obli­gan a repetir las pruebas hasta no se sabe dónde. Es decir, que para vivir más que "antes" no basta con hacer vida sana y activa. Hay que poner en nuestra vida a un médico a par­tir de los cincuenta. Hay que vivir esa vida atentos a los resul­tados de cada prueba para estar luego quince días satisfe­chos por­que los resultados son buenos o "de libro", aunque nos muramos horas después de repente con un análisis clí­nico y una radiografía "de libro" en la mano.

Yo creo en cambio que la regla de oro para vivir sopor­tando el vértigo y la basura de estos tiempos, es prestar la mínima atención a las noticias sobre los avatares cotidianos en el mundo, tan raras veces gratas, leer libros consagra­dos por el tiempo para no perderlo le­yendo verdades pren­didas con alfileres o improvisaciones, escuchar música y relacio­narse con el arte, hacer ejercicio físico y mental, y ver de­porte “deportiva­mente”, esto es, sin vivir para padecerlo... Pero sobre todo vivir despreocupados de nuestra salud. Te­ner sólo al dolor prolongado como referente de disturbios graves en nuestro organismo, y evitar lo más posible todo contacto con la Medi­cina, princi­palmente la preventiva. No sea que, como un día sí y otro también nos recuerden las constantes contraindicaciones que tiene cada tratamiento presuntamente aconsejado. Ahora, por ejemplo, nos revelan que la radioterapia en la próstata incuba un tu­mor maligno en el recto. Ejem­plo que se podría multipli­car por mil...

No creo que hoy se viva más en Occidente gracias a la Medicina. Creo que es gracias a la nutri­ción, a la higiene y en último término a los antibióticos, todo al alcance de "to­dos". Pero sobre todo, como dije anteriormente en relación al mismo tema, lo que ocurre, y no es poco, es que se ha socializado la esperanza de vida al alcanzar el tope muchí­sima más gente.

Pero tampoco creo que fuera una boutade la frase de Na­po­león cuando dijo que los médicos causaban más muertes que todos sus generales juntos. Hoy, pienso que el instru­mental médico masivo e industrial redoblaría el resultado.

La mejor prevención de nuestra salud y frente a la propia Medicina, consiste en no ir al médico jamás si no es en am­bulancia. Y si hemos de ir presionados o porque estamos en horas bajas, no hacerles puñetero caso.

Quedémonos, en fin, con la fi­losofía de que de algo hay que morir, y además meternos en la ca­beza que la muerte, con Medicina o sin ella, es inevitable. Seguro que no hay mejor método para relajarnos mogollón...


25 Noviembre 2005

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