La vida de la persona como miembro de la colectividad humana es como una cinta elástica. A medida que vamos estirando la cinta, las partículas del material de ésta se van extendiendo longitudinalmente, pero la densidad y masa de la cinta son las mismas.
La filosofía de la vida moderna ha optado por estirar la cinta hasta los límites de ruptura. Y están sucediendo dos cosas: que cada vez es más delgada la cinta y por tanto más débil y frágil el último tramo, pero la cinta se rompe por el primero, es decir por el componente genético que se transmite a la generación siguiente.
Se vive numéricamente más años, se tienen más vivencias en superficie, pero no calan ontológicamente y no se transforman en experiencias que aconsejen corregir y evitar lo que colectivamente debe evitarse para no legar vacío a los descendientes. En suma, la prolongación de la vida en el tiempo es a costa de la pérdida del instinto primordial y de la fatiga acumulada que origina patologías generalizadas de ansiedad y depresivas fruto del desgaste vital individual y colectivo.
Hace cien años una persona era vieja a los cuarenta, pero habia vivido "internamente" quizá más que otra hoy que llega a los ochenta.
Aun así, estos datos sobre la esperanza de vida son convencionales y relativos, al referirse sólo a estadísticas que indican una socialización de la longevidad. Porque otras estadísticas, las que tienen en cuenta la creatividad, una nutrición y una higiene aseguradas nos dan tasas de vida tan elevadas como las de hoy día. No quizá un individuo del pueblo llano, pero sí un músico, un pintor, un clérigo e incluso un artesano de los siglos XVI, XVII, XVIII o XIX vivía tantos años como hoy viven sin vivir gentes ociosas de las estadísticas a que se contraen las cifras de esperanza de vida. Tengo mis estadísticas al respecto que pongo a disposición de quien las quiera conocer.
Las condiciones actuales para vivir más y mejor son excelentes. Pero pocos saben (y menos pueden, tomando al globo entero por escenario) aprovecharlas y no las tiran por la borda.
En resumidas cuentas, allá cada cual a la hora de valorar si es preferible recorrer el mundo en dos años sin apenas sacar alguna consecuencia valiosa porque va huyendo de la depresión o antes lo vió todo por televisión, o, como se ha hecho en otros siglos, emplear un mes un cuarentón en llegar a otro país sólo para estrechar la mano de un amigo...
La filosofía de la vida moderna ha optado por estirar la cinta hasta los límites de ruptura. Y están sucediendo dos cosas: que cada vez es más delgada la cinta y por tanto más débil y frágil el último tramo, pero la cinta se rompe por el primero, es decir por el componente genético que se transmite a la generación siguiente.
Se vive numéricamente más años, se tienen más vivencias en superficie, pero no calan ontológicamente y no se transforman en experiencias que aconsejen corregir y evitar lo que colectivamente debe evitarse para no legar vacío a los descendientes. En suma, la prolongación de la vida en el tiempo es a costa de la pérdida del instinto primordial y de la fatiga acumulada que origina patologías generalizadas de ansiedad y depresivas fruto del desgaste vital individual y colectivo.
Hace cien años una persona era vieja a los cuarenta, pero habia vivido "internamente" quizá más que otra hoy que llega a los ochenta.
Aun así, estos datos sobre la esperanza de vida son convencionales y relativos, al referirse sólo a estadísticas que indican una socialización de la longevidad. Porque otras estadísticas, las que tienen en cuenta la creatividad, una nutrición y una higiene aseguradas nos dan tasas de vida tan elevadas como las de hoy día. No quizá un individuo del pueblo llano, pero sí un músico, un pintor, un clérigo e incluso un artesano de los siglos XVI, XVII, XVIII o XIX vivía tantos años como hoy viven sin vivir gentes ociosas de las estadísticas a que se contraen las cifras de esperanza de vida. Tengo mis estadísticas al respecto que pongo a disposición de quien las quiera conocer.
Las condiciones actuales para vivir más y mejor son excelentes. Pero pocos saben (y menos pueden, tomando al globo entero por escenario) aprovecharlas y no las tiran por la borda.
En resumidas cuentas, allá cada cual a la hora de valorar si es preferible recorrer el mundo en dos años sin apenas sacar alguna consecuencia valiosa porque va huyendo de la depresión o antes lo vió todo por televisión, o, como se ha hecho en otros siglos, emplear un mes un cuarentón en llegar a otro país sólo para estrechar la mano de un amigo...
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