26 noviembre 2005

Pedantes y pedantería

La línea fronteriza que separa a la pe­dantería de la sagaci­dad independiente se me an­toja dema­siado tenue como para no ser partida­rio de des­terrar este vo­cablo sinalagmático y preconciliar del diccionario.

Veamos. Define la Real Aca­demia de la Lengua Española al pedante: 1. adj. Dícese de la persona engreída que hace inoportuno y vano alarde de erudición, téngala o no en reali­dad. 2. m. desuso. Maes­tro que enseñaba a los niños la gra­mática yendo a las ca­sas. Y soy partidario de su destie­rro porque, como se ob­servará, la definición presenta un muy grave inconveniente: ¿quién juzga al que juzga como inopor­tuna y vana la erudición ajena? ¿quién, en esa misma línea, sin ser más pe­dante todavía que el por él juzgado, tiene el atrevimiento de decidir la inoportunidad y vacuidad de la eru­dición de otro a menos que exista una relación pactada entre un alumno y su maestro?

Pues una de tres, o quien juzga al pedante como tal es irrelevante o es un necio o es muy docto. Si es irrelevante o necio ¿cómo permitir en sus labios o en su pluma semejante enjuicia­miento? Pero si es docto, ¿no se li­brará, justamente por su sabiduría, de calificar de pe­dante o ignorante a nadie para sustituir su pedantería e igno­rancia por las suyas? Así pues, sólo el necio y el enterado a medias, es decir los igno­rantes ilustrados, se dan licencia a sí mismos para echar mano de ese vocablo contra otros. ¿Vale la pena confiar una palabra de tamaña envergadura y llena de jactancia sólo para esa clase de perso­nas?

Pero sea como fuere, y en último término acorde con la pe­dantería si es así como lo percibe algún lector, re­comiendo a todo el que se asome a mis escritos que haga lo propio, que sea protagonista de su propia vida, que talle sus ideas desde su estudio y sin tolerar injerencias ni aceptar consejos que no hubiere pedido; tampoco los míos, si es que me descuido en darlos. Porque puedo asegurar que ni mi edad, ni mi ambi­ción, ni mis elucu­braciones sesudas solitarias no some­tidas previa­mente al juicio de una editorial o de un jurado, se prestan a pensar que trato de vender ideas o libros no edita­dos. Tampoco, que busco epígonos que irían contra mi filoso­fía del “sé tú mismo”, y además serían molestos...

El gran problema de la sociedad española en su conjunto y en general de la hispana, al menos la que habla castellano y ha heredado tanto resabio dogmático y tanta altanería legada por diversos campeones de la Cristiandad, es ése: el miedo a discrepar de los que se han apoderado de la verdad -de "su" verdad- y la sostienen con el látigo en la mano de las instituciones, de los colegios profesionales, de las corporaciones, de los parlamentos, de las asambleas, de los congresos, de los concilios y los conciliábulos; de, en fin, hoy día, de tanto pastor de ovejas mediático. De ellos, de los que manejan o trastean todos esos colectivos, sale casi siempre "la verdad"; mejor dicho, lo que ellos y el vulgo así la consideran. Ellos son los que dicen si éste o aquél es pedante, incompetente o apto; si tiene o no tiene "razón", si lo que dice lo dice bien o lo dice mal. No se dan cuenta, tan pagados de sí mismos están, de que sabemos bien que la verdad que pregonan sólo es "su" verdad, una "verdad" acordada entre unos cuantos que ¡qué casualidad! están siempre perfectamente instalados y en posición acomodada.

Yo bien lo sé, pues hace tiempo que descubrí que lo que llamamos "la realidad" no es más que la suma de consensos de sucesivas minorías... Incluso la realidad material más ostensible nos infunde sospechas. No me extraña que Einstein, ante un compañero de paseo y mirando hacia la luna exclamase una noche radiante: ¿dejará de existir en cuanto dejemos de mirarla?... Pero seguro que Einstein no asociaba en aquellos momentos sus dudas a los que “hacen alarde inoportuno y vano de erudición”, sino a tanto titulado que con su título colgado da por concluído todo su saber y llama pedantes a los otros...

El miedo a discrepar y a pensar por cuenta propia, en unos casos hace estragos en el de­sarrollo integral del individuo. Pero es que en otros, los hace por todo lo contrario. Porque a menudo esos mismos que aceptan sumisamente lo que los pontífices y la "or­to­doxia" dicen, a continuación dan rienda suelta a su osadía para ser más pa­pistas que el papa en cuestiones que son precisamente las que no lo admiten. Es decir en lo que téc­nica (o pedantemente) se llama epistemo­logía; es decir, frente a afirmaciones apodíc­ticas, es decir, afirma­ciones "ne­cesariamente verdaderas". Es decir... que son capa­ces de ne­gar la luz del día.

A este país y a la cultura hispánica actual que duerme de­masiado en sus laureles, les sobra soberbia aliada a ig­noran­cia verdadera y cosida a la preci­pi­tación y a la improvisación, y les falta en cambio hondura y pondera­ción en el juicio moral y en la reflexión en las que debiera ejerci­tarse. Por eso con­fun­den tan fácil y maliciosamente el necio y el ig­norante su­pino, irrelevantes pero también da­ñinos cuando han con­quistado a dentelladas una posición en­cum­brada, el rigor in­telectivo con la pedantería. Pedantería y pe­dante que, como dije antes y en el buen nombre de la libertad y de la di­versi­dad (incluso para exhibir erudición en tiempos que escasea tanto porque todo sale de los google) debieran proscribirse de la Lengua en la primera acepción del diccionario. Por el con­trario ¡qué magni­fico sería recuperar del pasado al “pedante” de la se­gunda: “Maes­tro que en­se­ñaba la gramática a los ni­ños yendo a las ca­sas”! Pero no olvidemos a Anatole France cuando a menudo decía: “Entonces, como no estudiaba nada, aprendía mucho...”

24 Noviembre 2005




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