A propósito del artículo El botón más gastado de Andrés Ortega Klein hoy en El País, parece ser que “en Europa, Asia y EE UU, el botón más gastado de los ascensores suele ser el de cerrar puertas. Como relató James Gleick en su libro Faster "sobre la aceleración de casi todo", los ascensores automáticos están programados para cerrarse entre dos a cuatro segundos después de marcar el piso, una espera insoportable para muchos que no aguantan y aprietan ese botón. No digamos ya quien espera a que llegue el ascensor. El enfado empieza a los 15 segundos, y a los 40 la gente realmente pierde los nervios”.
¡Qué inmensa diferencia con los tiempos en que alguien que no creo necesario señalar porque o se sabe o se adivina, dijo "La principal virtud del revolucionario es la paciencia"!
¡Qué contraste!, añadiría. Pues hoy, la destrucción del espíritu contrario que encierra el título del opúsculo de Jardiel Poncela Para leer mientras subimos en el ascensor, viene a ser el objetivo del espíritu que tiraniza a ese manojo de nervios que a los 40 segundos se desespera esperando al ascensor. Pero es que a su vez es el mismo que agita y está pulverizando a la postmodernidad occidental.
La desmesura y los excesos inmanentes al individuo actual provienen casi siempre de su impaciencia patológica. Y el hombre que maneja el timón de la superpotencia, con un equipo de hombres y mujeres tan impacientes como él, es un icono de esa patología con independencia de sus objetivos principales economicistas y de dominio.
Desmesura, precipitación e impaciencia acaban siendo la causa de la causa de terribles e irreparables daños a terceros y a la cuna de la civilización. Aparte las notorias motivaciones mediatas de invasiones y ocupaciones ¿de dónde procede si no, la doctrina anticipatoria que destruye en los 40 segundos del que enferma de impaciencia esperando el ascensor las nociones de virtus latina y areté griega, es decir, paciencia y morigeración?
¿Qué "filosofía" última de la impaciencia extrema impulsó si no, la urgente orden de salir de Irak dada a los inspectores de la ONU buscadores de las famosas armas? ¿Qué otra cosa distinta a la ansiedad enfermiza ha fracturado sólo en días la filosofía milenaria del saber esperar, sólo ya patrimonio del espíritu de Oriente, como principal valor individual y social?
Si esa Biblia en cien minutos, editada en Estados Unidos para los que creen no disponer de tiempo suficiente para leerla entera, comenzase por las Bienaventuranzas, sobraría todo lo demás. La mansedumbre es paciencia y los mansos son pacientes. Pero a Bush y a sus predicadores, para sus ansias de dominio y de petróleo, no les conviene en absoluto las enseñanzas del Nuevo Testamento. Por eso, cuando el trasunto religioso se estaba enfriando, llegó, disfrazado de político, el Angel Exterminador. Y es que con ninguna otra cosa se trafica más que con ese texto sagrado en la práctica tan vilipendiado y sodomizado por los mismos que lo predican...
Por cierto y ya que hablamos de hermenéutica, ¿no habrá empezado todo el desaguisado en este mundo actual desestructurado, cuando asoman las postrimerías, con la aparición del coche sobre la Tierra?
21 Noviembre 2005
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