He leído hoy una profusa crítica de "La vida secreta de las palabras". El firmante de la misma destaca que la película trata del “deseo encerrado en la idea de que la vida es un don”, al hilo de un sufrimiento compartido. No sé si es cosa suya o es la verdadera idea del realizador. Me niego a aceptar esa trasnochada interpretación de la vida, y más cuando planea el Creacionismo por aquellos pagos americanos. Es más, me ha disuadido de verla. Otra cosa sería que nos hablase del consuelo y el privilegio que supone poder compartir un sufrimiento... Ahí está la desgarradora “Gritos y susurros” de Ingmar Bergman para certificar que compartir un sufrimiento lo son.
No entro ni salgo en la calidad, la plasticidad o el interés de la película, pues es harina de otro costal. Me refiero simplemente al modo de interpretar la intención del autor del argumento, un crítico de cine de primera fila...
Pero niego la mayor, es decir, que la vida es un don, por lo siguiente: en primer lugar porque no me consta quién sea el dador del don. Pero es que, si encima de no saber de quien lo recibo, para llegar a la conclusión de que la vida es un “don” es preciso pasar por una situación de sufrimiento compartido "que nunca es simple, que nunca es mera palabrería", en palabras del crítico, sepan el crítico y realizador que aquí hay alguien que hubiera renunciado de antemano a tan magra dádiva de haber tenido ocasión de pronunciarse. Pero no la tuvo.
Un don lo es, sólo y cuando el dadivoso nos pregunta si lo aceptamos, y efectivamente lo aceptamos. Si no, si no nos lo pregunta porque previamente no nos ha concedido la libertad de aceptarlo o rechazarlo, por más excelso que al que lo da le parezca su regalo, será imposición y cadena.
Por otra parte, si el “dador” o creador de vida no existe, yo, personalmente, hubiera preferido antes de venir aquí permanecer en la nada o en el vacío de los que provengo y a los que retornaré. Pero si me aseguran que existe, yo le hubiera rogado que antes de lanzarme a la vida me hubiera consultado. Porque si me la ha dado sin habérsela pedido ni haber él indagado si hubiera preferido yo seguir siendo barro con el que me moldeó... creo que ya tenemos de nuevo aquí, en España, en esa película, en esa idea o por lo menos en la idea interpretativa de ese crítico de cine, al Creacionismo evangélico-bushiano reintroducido por decreto en todas las Escuelas de Kansas y en gran parte de las de otros estados estadounidenses patrocinadas por los neocons.
Y ya estamos hartos de ese cine americano que, combinada con filosofías de la ternura y otras sutilezas, la filosofía del belicismo y de la competitividad salvaje venga penetrando, ya durante un siglo, por el boquete del cine en la mentalidad de todos los países. No conciliando al mundo, sino todo lo contrario desembocar en concepciones de vida ajenas a la cultura global euroasiática, falsificadas y con los resultados que todos conocemos.
En cualquier caso, en mi consideración es seguro que no merece la pena vivir sólo para sufrir aunque se comparta el sufrimiento. Pero tampoco sólo para gozar. Ni siquiera para mezclar goce y sufrimiento... Simplemente, no vale la pena.
Si bien una vez en ella no es cosa de quitarnos la vida ni de arriesgarla sin sentido, a priori no vale la pena vivir en ningún caso. No sé si la vida será un castigo, aunque desde luego para infinidad de seres humanos en el mundo ha de serlo por su suerte, pero de lo que estoy seguro es que con Creacionismo o con Evolucionismo por medio, la vida es un auténtico coñazo.
27 noviembre 2005
¿De verdad la vida es un don?
26 noviembre 2005
Pedantes y pedantería
La línea fronteriza que separa a la pedantería de la sagacidad independiente se me antoja demasiado tenue como para no ser partidario de desterrar este vocablo sinalagmático y preconciliar del diccionario. Veamos. Define la Real Academia de la Lengua Española al pedante: 1. adj. Dícese de la persona engreída que hace inoportuno y vano alarde de erudición, téngala o no en realidad. 2. m. desuso. Maestro que enseñaba a los niños la gramática yendo a las casas. Y soy partidario de su destierro porque, como se observará, la definición presenta un muy grave inconveniente: ¿quién juzga al que juzga como inoportuna y vana la erudición ajena? ¿quién, en esa misma línea, sin ser más pedante todavía que el por él juzgado, tiene el atrevimiento de decidir la inoportunidad y vacuidad de la erudición de otro a menos que exista una relación pactada entre un alumno y su maestro? Pues una de tres, o quien juzga al pedante como tal es irrelevante o es un necio o es muy docto. Si es irrelevante o necio ¿cómo permitir en sus labios o en su pluma semejante enjuiciamiento? Pero si es docto, ¿no se librará, justamente por su sabiduría, de calificar de pedante o ignorante a nadie para sustituir su pedantería e ignorancia por las suyas? Así pues, sólo el necio y el enterado a medias, es decir los ignorantes ilustrados, se dan licencia a sí mismos para echar mano de ese vocablo contra otros. ¿Vale la pena confiar una palabra de tamaña envergadura y llena de jactancia sólo para esa clase de personas? Pero sea como fuere, y en último término acorde con la pedantería si es así como lo percibe algún lector, recomiendo a todo el que se asome a mis escritos que haga lo propio, que sea protagonista de su propia vida, que talle sus ideas desde su estudio y sin tolerar injerencias ni aceptar consejos que no hubiere pedido; tampoco los míos, si es que me descuido en darlos. Porque puedo asegurar que ni mi edad, ni mi ambición, ni mis elucubraciones sesudas solitarias no sometidas previamente al juicio de una editorial o de un jurado, se prestan a pensar que trato de vender ideas o libros no editados. Tampoco, que busco epígonos que irían contra mi filosofía del “sé tú mismo”, y además serían molestos... El gran problema de la sociedad española en su conjunto y en general de la hispana, al menos la que habla castellano y ha heredado tanto resabio dogmático y tanta altanería legada por diversos campeones de la Cristiandad, es ése: el miedo a discrepar de los que se han apoderado de la verdad -de "su" verdad- y la sostienen con el látigo en la mano de las instituciones, de los colegios profesionales, de las corporaciones, de los parlamentos, de las asambleas, de los congresos, de los concilios y los conciliábulos; de, en fin, hoy día, de tanto pastor de ovejas mediático. De ellos, de los que manejan o trastean todos esos colectivos, sale casi siempre "la verdad"; mejor dicho, lo que ellos y el vulgo así la consideran. Ellos son los que dicen si éste o aquél es pedante, incompetente o apto; si tiene o no tiene "razón", si lo que dice lo dice bien o lo dice mal. No se dan cuenta, tan pagados de sí mismos están, de que sabemos bien que la verdad que pregonan sólo es "su" verdad, una "verdad" acordada entre unos cuantos que ¡qué casualidad! están siempre perfectamente instalados y en posición acomodada. Yo bien lo sé, pues hace tiempo que descubrí que lo que llamamos "la realidad" no es más que la suma de consensos de sucesivas minorías... Incluso la realidad material más ostensible nos infunde sospechas. No me extraña que Einstein, ante un compañero de paseo y mirando hacia la luna exclamase una noche radiante: ¿dejará de existir en cuanto dejemos de mirarla?... Pero seguro que Einstein no asociaba en aquellos momentos sus dudas a los que “hacen alarde inoportuno y vano de erudición”, sino a tanto titulado que con su título colgado da por concluído todo su saber y llama pedantes a los otros... El miedo a discrepar y a pensar por cuenta propia, en unos casos hace estragos en el desarrollo integral del individuo. Pero es que en otros, los hace por todo lo contrario. Porque a menudo esos mismos que aceptan sumisamente lo que los pontífices y la "ortodoxia" dicen, a continuación dan rienda suelta a su osadía para ser más papistas que el papa en cuestiones que son precisamente las que no lo admiten. Es decir en lo que técnica (o pedantemente) se llama epistemología; es decir, frente a afirmaciones apodícticas, es decir, afirmaciones "necesariamente verdaderas". Es decir... que son capaces de negar la luz del día. A este país y a la cultura hispánica actual que duerme demasiado en sus laureles, les sobra soberbia aliada a ignorancia verdadera y cosida a la precipitación y a la improvisación, y les falta en cambio hondura y ponderación en el juicio moral y en la reflexión en las que debiera ejercitarse. Por eso confunden tan fácil y maliciosamente el necio y el ignorante supino, irrelevantes pero también dañinos cuando han conquistado a dentelladas una posición encumbrada, el rigor intelectivo con la pedantería. Pedantería y pedante que, como dije antes y en el buen nombre de la libertad y de la diversidad (incluso para exhibir erudición en tiempos que escasea tanto porque todo sale de los google) debieran proscribirse de la Lengua en la primera acepción del diccionario. Por el contrario ¡qué magnifico sería recuperar del pasado al “pedante” de la segunda: “Maestro que enseñaba la gramática a los niños yendo a las casas”! Pero no olvidemos a Anatole France cuando a menudo decía: “Entonces, como no estudiaba nada, aprendía mucho...” 24 Noviembre 2005 |
24 noviembre 2005
Vivir sin Medicina
El otro día insinuaba la desconfianza que en materia de longevidad me inspiran los tiempos actuales. Pero estamos todos de acuerdo en que lo importante no es vivir mucho sino vivir bien. Lo de “calidad de vida” lo oímos hasta en la sopa. Y sin embargo luego, cuando se trata de defender un modelo de sociedad o de salud en un país, pocos admiten que las occidentales levantadas sobre el progreso sin fin y siempre inacabado, son un foco de infelicidad y de desasosiego. Son colectividades que sólo propician y potencian cúmulos de sensaciones fugaces que no dejan nunca satisfechos. No sólo no dejan satisfechos, es que por el tipo de vida que la tecnología invasora y la avidez de ganancias procura, unos viven aturdidos, otros alelados, y otros sobrecogidos por la depresión, por la ansiedad, por la soledad, por la indigencia o por las deudas. En suma, vivimos sin vivir en nosotros y sin percibirnos de los segundos implacables de que se compone cada minuto. Admito que quizá se trate de eso, de vivir sin consciencia plena en el sentido existencialista heideggeriano o sartriano. Pero eso de vivir casi permanentementen atropellados me parece muy grave, pues la Naturaleza no va por ahí, a ese compás y con esa urgencia. Porque vivir alejados de la Naturaleza es una temeridad, por mucho que la tecnología médica porfíe en el cuerpo artificial, en el amor artificial, en la vida artificial. No sé si las consecuencias las pagaremos nosotros ya en vida, pero seguro que sí las legamos a través de los genes a nuestra descendencia... La salud y la preocupación por ella incitada por la propia clase médica y los medios, son una prueba y buena medida de la ligereza existencial al lado estrecho de la vivencia superficial generalizada que caracterizan a estos tiempos. Se nota en todo. Hasta en los libros y en los artículos de los periódicos salvo excepciones. Eso, sin contar que, según los expertos ¡siempre los expertos!, se está produciendo entre los españoles "una evolución terrorífica de la obesidad" y que la mitad de los españoles la padece. Según los patrones de comportamiento aconsejado en cualquier instancia y circunstancia, tendríamos que pasarnos la vida en revisiones médicas de toda clase el año entero. Eso, los que tienen una sociedad médica o pueden pagar cada revisión, porque los que no tienen sociedad médica ni recursos suficientes, enferman sólo por el hecho de darse cuenta de que se les cierra el paso al presuntivo bien que como tal tiene la sociedad "oficial" a la Medicina preventiva. La cuestión es que si hacemos caso de las consejas y propaganda que sobre nuestra salud nos hacen el urólogo, el ginecólogo, el proctólogo, el cardiólogo, el dermatólogo y todos los especialistas habidos y por haber, nos tendrían todo el año pendientes de sus conjeturas acerca de nuestras vísceras, de nuestra circulación sanguínea o de nuestros tejidos. Sí, porque no basta con la revisión inicial en sí. Luego vienen las dudas sobre los resultados que obligan a repetir las pruebas hasta no se sabe dónde. Es decir, que para vivir más que "antes" no basta con hacer vida sana y activa. Hay que poner en nuestra vida a un médico a partir de los cincuenta. Hay que vivir esa vida atentos a los resultados de cada prueba para estar luego quince días satisfechos porque los resultados son buenos o "de libro", aunque nos muramos horas después de repente con un análisis clínico y una radiografía "de libro" en la mano. Yo creo en cambio que la regla de oro para vivir soportando el vértigo y la basura de estos tiempos, es prestar la mínima atención a las noticias sobre los avatares cotidianos en el mundo, tan raras veces gratas, leer libros consagrados por el tiempo para no perderlo leyendo verdades prendidas con alfileres o improvisaciones, escuchar música y relacionarse con el arte, hacer ejercicio físico y mental, y ver deporte “deportivamente”, esto es, sin vivir para padecerlo... Pero sobre todo vivir despreocupados de nuestra salud. Tener sólo al dolor prolongado como referente de disturbios graves en nuestro organismo, y evitar lo más posible todo contacto con la Medicina, principalmente la preventiva. No sea que, como un día sí y otro también nos recuerden las constantes contraindicaciones que tiene cada tratamiento presuntamente aconsejado. Ahora, por ejemplo, nos revelan que la radioterapia en la próstata incuba un tumor maligno en el recto. Ejemplo que se podría multiplicar por mil... No creo que hoy se viva más en Occidente gracias a la Medicina. Creo que es gracias a la nutrición, a la higiene y en último término a los antibióticos, todo al alcance de "todos". Pero sobre todo, como dije anteriormente en relación al mismo tema, lo que ocurre, y no es poco, es que se ha socializado la esperanza de vida al alcanzar el tope muchísima más gente. Pero tampoco creo que fuera una boutade la frase de Napoleón cuando dijo que los médicos causaban más muertes que todos sus generales juntos. Hoy, pienso que el instrumental médico masivo e industrial redoblaría el resultado. La mejor prevención de nuestra salud y frente a la propia Medicina, consiste en no ir al médico jamás si no es en ambulancia. Y si hemos de ir presionados o porque estamos en horas bajas, no hacerles puñetero caso. Quedémonos, en fin, con la filosofía de que de algo hay que morir, y además meternos en la cabeza que la muerte, con Medicina o sin ella, es inevitable. Seguro que no hay mejor método para relajarnos mogollón... 25 Noviembre 2005 |
22 noviembre 2005
Tiempo y vida
La vida de la persona como miembro de la colectividad humana es como una cinta elástica. A medida que vamos estirando la cinta, las partículas del material de ésta se van extendiendo longitudinalmente, pero la densidad y masa de la cinta son las mismas.
La filosofía de la vida moderna ha optado por estirar la cinta hasta los límites de ruptura. Y están sucediendo dos cosas: que cada vez es más delgada la cinta y por tanto más débil y frágil el último tramo, pero la cinta se rompe por el primero, es decir por el componente genético que se transmite a la generación siguiente.
Se vive numéricamente más años, se tienen más vivencias en superficie, pero no calan ontológicamente y no se transforman en experiencias que aconsejen corregir y evitar lo que colectivamente debe evitarse para no legar vacío a los descendientes. En suma, la prolongación de la vida en el tiempo es a costa de la pérdida del instinto primordial y de la fatiga acumulada que origina patologías generalizadas de ansiedad y depresivas fruto del desgaste vital individual y colectivo.
Hace cien años una persona era vieja a los cuarenta, pero habia vivido "internamente" quizá más que otra hoy que llega a los ochenta.
Aun así, estos datos sobre la esperanza de vida son convencionales y relativos, al referirse sólo a estadísticas que indican una socialización de la longevidad. Porque otras estadísticas, las que tienen en cuenta la creatividad, una nutrición y una higiene aseguradas nos dan tasas de vida tan elevadas como las de hoy día. No quizá un individuo del pueblo llano, pero sí un músico, un pintor, un clérigo e incluso un artesano de los siglos XVI, XVII, XVIII o XIX vivía tantos años como hoy viven sin vivir gentes ociosas de las estadísticas a que se contraen las cifras de esperanza de vida. Tengo mis estadísticas al respecto que pongo a disposición de quien las quiera conocer.
Las condiciones actuales para vivir más y mejor son excelentes. Pero pocos saben (y menos pueden, tomando al globo entero por escenario) aprovecharlas y no las tiran por la borda.
En resumidas cuentas, allá cada cual a la hora de valorar si es preferible recorrer el mundo en dos años sin apenas sacar alguna consecuencia valiosa porque va huyendo de la depresión o antes lo vió todo por televisión, o, como se ha hecho en otros siglos, emplear un mes un cuarentón en llegar a otro país sólo para estrechar la mano de un amigo...
La filosofía de la vida moderna ha optado por estirar la cinta hasta los límites de ruptura. Y están sucediendo dos cosas: que cada vez es más delgada la cinta y por tanto más débil y frágil el último tramo, pero la cinta se rompe por el primero, es decir por el componente genético que se transmite a la generación siguiente.
Se vive numéricamente más años, se tienen más vivencias en superficie, pero no calan ontológicamente y no se transforman en experiencias que aconsejen corregir y evitar lo que colectivamente debe evitarse para no legar vacío a los descendientes. En suma, la prolongación de la vida en el tiempo es a costa de la pérdida del instinto primordial y de la fatiga acumulada que origina patologías generalizadas de ansiedad y depresivas fruto del desgaste vital individual y colectivo.
Hace cien años una persona era vieja a los cuarenta, pero habia vivido "internamente" quizá más que otra hoy que llega a los ochenta.
Aun así, estos datos sobre la esperanza de vida son convencionales y relativos, al referirse sólo a estadísticas que indican una socialización de la longevidad. Porque otras estadísticas, las que tienen en cuenta la creatividad, una nutrición y una higiene aseguradas nos dan tasas de vida tan elevadas como las de hoy día. No quizá un individuo del pueblo llano, pero sí un músico, un pintor, un clérigo e incluso un artesano de los siglos XVI, XVII, XVIII o XIX vivía tantos años como hoy viven sin vivir gentes ociosas de las estadísticas a que se contraen las cifras de esperanza de vida. Tengo mis estadísticas al respecto que pongo a disposición de quien las quiera conocer.
Las condiciones actuales para vivir más y mejor son excelentes. Pero pocos saben (y menos pueden, tomando al globo entero por escenario) aprovecharlas y no las tiran por la borda.
En resumidas cuentas, allá cada cual a la hora de valorar si es preferible recorrer el mundo en dos años sin apenas sacar alguna consecuencia valiosa porque va huyendo de la depresión o antes lo vió todo por televisión, o, como se ha hecho en otros siglos, emplear un mes un cuarentón en llegar a otro país sólo para estrechar la mano de un amigo...
21 noviembre 2005
La impaciencia, mal de este tiempo
A propósito del artículo El botón más gastado de Andrés Ortega Klein hoy en El País, parece ser que “en Europa, Asia y EE UU, el botón más gastado de los ascensores suele ser el de cerrar puertas. Como relató James Gleick en su libro Faster "sobre la aceleración de casi todo", los ascensores automáticos están programados para cerrarse entre dos a cuatro segundos después de marcar el piso, una espera insoportable para muchos que no aguantan y aprietan ese botón. No digamos ya quien espera a que llegue el ascensor. El enfado empieza a los 15 segundos, y a los 40 la gente realmente pierde los nervios”.
¡Qué inmensa diferencia con los tiempos en que alguien que no creo necesario señalar porque o se sabe o se adivina, dijo "La principal virtud del revolucionario es la paciencia"!
¡Qué contraste!, añadiría. Pues hoy, la destrucción del espíritu contrario que encierra el título del opúsculo de Jardiel Poncela Para leer mientras subimos en el ascensor, viene a ser el objetivo del espíritu que tiraniza a ese manojo de nervios que a los 40 segundos se desespera esperando al ascensor. Pero es que a su vez es el mismo que agita y está pulverizando a la postmodernidad occidental.
La desmesura y los excesos inmanentes al individuo actual provienen casi siempre de su impaciencia patológica. Y el hombre que maneja el timón de la superpotencia, con un equipo de hombres y mujeres tan impacientes como él, es un icono de esa patología con independencia de sus objetivos principales economicistas y de dominio.
Desmesura, precipitación e impaciencia acaban siendo la causa de la causa de terribles e irreparables daños a terceros y a la cuna de la civilización. Aparte las notorias motivaciones mediatas de invasiones y ocupaciones ¿de dónde procede si no, la doctrina anticipatoria que destruye en los 40 segundos del que enferma de impaciencia esperando el ascensor las nociones de virtus latina y areté griega, es decir, paciencia y morigeración?
¿Qué "filosofía" última de la impaciencia extrema impulsó si no, la urgente orden de salir de Irak dada a los inspectores de la ONU buscadores de las famosas armas? ¿Qué otra cosa distinta a la ansiedad enfermiza ha fracturado sólo en días la filosofía milenaria del saber esperar, sólo ya patrimonio del espíritu de Oriente, como principal valor individual y social?
Si esa Biblia en cien minutos, editada en Estados Unidos para los que creen no disponer de tiempo suficiente para leerla entera, comenzase por las Bienaventuranzas, sobraría todo lo demás. La mansedumbre es paciencia y los mansos son pacientes. Pero a Bush y a sus predicadores, para sus ansias de dominio y de petróleo, no les conviene en absoluto las enseñanzas del Nuevo Testamento. Por eso, cuando el trasunto religioso se estaba enfriando, llegó, disfrazado de político, el Angel Exterminador. Y es que con ninguna otra cosa se trafica más que con ese texto sagrado en la práctica tan vilipendiado y sodomizado por los mismos que lo predican...
Por cierto y ya que hablamos de hermenéutica, ¿no habrá empezado todo el desaguisado en este mundo actual desestructurado, cuando asoman las postrimerías, con la aparición del coche sobre la Tierra?
21 Noviembre 2005
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